Es fascinante el impulso que genera el deseo, en diferentes escenarios y, concretamente, en un espacio compartido y confiable.
Las oleadas de frío y de calor cabalgando toda la superficie de mi piel incluso antes de que me toques.
Te acercas despacio y mi cuerpo anticipa la explosión del encuentro. Cuando por fin me alcanzas, un volcán revienta en mi pecho. Mi corazón es un tambor en pie de guerra que emana su vibración a cada célula.
Hípervitalizados, rebosantes de energía, mis músculos se estiran y contraen en una danza instintiva y constante. Mi cuerpo se mece al ritmo acompasado de la respiración, la tuya y la mía, al unísono y en estéreo, generando pulsión conjunta.
Recibo la sujeción de tus dedos, tus manos aferrándose a mí, acojo tus labios suaves, la humedad de tu lengua. Abrazo todo lo tuyo y me abrazo fuerte a ti, oliendo la línea de tu cuello y probando a qué sabes hoy, intuyendo qué buscas en mí y si yo puedo y quiero ofrecértelo.
Te huelo como un animal. Me encanta como hueles. Escudriño con mi olfato los huecos y los valles de tu cuerpo y a veces me paro para besarte, saborearte, morderte. Me gusta morderte y que me muerdas. Arañarnos sin dejarnos marcas, sin hacernos daño. Sentir ese punto justo de dolor es tremendamente placentero y me siento fiera, puro instinto.
El placer también ha estado presente en encuentros más fortuitos o puntuales, cierto tipo de placer tal vez más efímero o superficial, más concreto e inesperado porque era fruto de la interacción de dos cuerpos nuevos, dos energías extrañas entre sí, sin mediar familiaridad, complicidad o conocimiento previo.
Contigo, sin embargo, es otra cosa. El placer con amor, con confianza, es otra cosa. El recorrido compartido, los obstáculos superados, las dificultades aún en proceso presentes, las ganas y la desgana, el cansancio de la rutina, la dejadez a menudo y de nuevo el amor profundo cuando nos miramos a los ojos en silencio, comprendiéndonos, disculpándonos y perdonándonos. Me coges la mano y se derrumba mi coraza. Me agarro a tu cintura y siento como tu estructura se ablanda. Y nos volvemos suaves, porosos, esponjas de calidez, seda y algodón.
El deseo aquí tal vez se relaja, pierde intensidad, reduce sus dimensiones y abarca menos. Me quedo en tu abrazo. Tu abrazo es mi hogar, un espacio seguro. Confío en ti, siempre, y por eso tus brazos me reconfortan. Siento tu amor y tu respeto, que quieres lo mejor para mí. Por eso puedo y quiero quedarme a tu lado, a pesar de los pesares, cuando los hay. No es amor romántico. Es un espacio construido juntos, con todo lo que eso conlleva.
Ahí, en ese espacio incómodo y confortable a la vez, reside otro tipo de placer, otro estilo de deseo, más calmado, menos visceral, más conectado con el sentimiento profundo, con la compasión y el amor. Ahí puedo vernos desarmados, sentirnos entregados, mostrarnos vulnerables. Ahí reside el descanso y la quietud. En las miradas, el contacto, el permanecer juntos compartiendo el silencio y la calidez, sin esfuerzo, sin expectativas. Sin auto-exigencia por alcanzar más intensidad. Es sencillo.
Veo que este estado, más acorde con nuestra madurez actual y la madurez de nuestro vínculo, me invita a la tranquilidad, y me pasa que a veces añoro lo anterior, la excitación y la aventura continuas de los comienzos, que me pongo ansiosa y me frustro, y me auto-engaño diciéndome que algo importante ha dejado de funcionar, que no sabemos cómo repararlo ni si repararlo es posible.
Como si el deseo por lo que no he vivido o por lo que podría vivir y me estoy perdiendo (al fin y al cabo esto son fantasías) fuese más fuerte o más valioso que el deseo concreto al que ahora tengo acceso, aunque venga amortiguado por la familiaridad, la convivencia y el conocimiento mutuo. Desear lo que no tengo en lugar de desear lo que sí está.
Me doy cuenta que caigo en una de mis trampas más habituales: el querer escaparme cuando aflora una dificultad, el confundirme diciéndome que todo está jodido y querer mandarlo al carajo, como si ésa fuese la única salida posible. Pero ya sé que no es por ahí, no. Mucho menos cuando se trata de ti, de nosotros. Entonces todas las oportunidades, todas las miradas posibles son pocas para desplegar. Nos merecemos cada una de ellas. Cómo si no vamos a seguir creciendo juntos y haciendo crecer este amor que hemos generado. Cómo si no voy a cuidarme y a cuidarte a ti.
Estoy mirando con atención todo lo que se me está removiendo en este ámbito de los afectos, los vínculos, las relaciones. Dependencia, codependencia, independencia ¿o tal vez interdependencia? Libertad, compromiso, autonomía personal. Monogamia, exclusividad, red, deseo, placer, cuidados, sexualidad, genitalidad, ternura… Intuyo que un universo está por emerger y me da cierto miedo porque puede echar por tierra gran parte de mi estructura.
Sin embargo ya es inevitable. Ha surgido el cuestionamiento interno, estoy viendo aspectos que antes me eran ajenos y ahora que los tengo delante ya no puedo hacer como si nos existieran, como si yo no los viera. Existen y los veo. Así que los iré abordando como pueda y llevándolos al centro de nuestro espacio en común.
A dónde nos va a llevar, es un misterio. Y abordar estos misterios tal vez no me genere placer pero sí deseo, por adentrarme e indagar, por encontrar tal vez otras formas y otros recursos, pase lo que pase.
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