Mis ideas no son mías. Son del mundo entero, del colectivo al completo. Están ahí todo el tiempo, flotando en la inmensidad del espacio que todo lo contiene, disponibles, al alcance de quien anhele interactuar con ellas e integrarlas. No se pueden poseer. Sólo, al vivenciarlas, pueden convertirse en parte de lo que somos.

Son destellos provenientes de la misma fuente de luz, rayos que al expandirse llegan a todas partes, tesoros compartidos por muchas almas capaces de percibir su valor intrínseco. Algunas de estas almas son altavoces preciosos y bien potentes que llegan a miles y millones de otras almas buscadoras; otras apenas tienen voz para expresar lo percibido o carecen de interés en hacerlo. Con experimentarlo, les basta.

Mis ideas las he escuchado, leído y visto en cientos de ocasiones. A veces me asaltan antes de descubrirlas en algún foro, y cuando aparecen me maravillo por la mágica sincronía. En otras ocasiones al encontrarlas no acabo de encontrarles un lugar en mí donde permanecer, pero se quedan agazapadas, sintiendo que pertenecen aunque aún no tenga yo sitio para ellas, y cuando llega el momento, se encarnan en mí como atributos de pleno derecho que siempre pertenecieron, aun cuando yo lo ignoraba.

A menudo, aunque lo ansío, me resulta imposible aprehenderlas. Las percibo un instante precioso y enseguida se diluyen en la niebla de mi mente intensa. Es como soñar un sueño relevante y querer recordarlo, sin éxito, al despertarme. No hay manera de recuperarlo. Ya se dio y se fue. Seguro algo quedó impregnado en mí de su aroma, aunque no lo pueda registrar conscientemente, y confío en que esa cualidad sutil que permanece es la misma que me impulsa a recuperarla luego, cuando sea, a tener otro momento de luminosa consciencia, de claridad y conexión.

Me desidentifico así de ellas, puesto que no me pertenecen. Solo soy un órgano de percepción susceptible, en un momento determinado, de recibirlas y descifrarlas. Me alcanzan, me atraviesan, dejan un poso y siguen su camino, visitando a tantas criaturas como sientan receptivas para la transmisión del mensaje que llevan implícito.

Yo no soy especial. Yo soy una más. Una de tantas. Cuando puedo mirarlo así me despojo de toda importancia personal, ese complemento tan querido del ego, y puedo ver que, más allá del círculo de influencia al que tengo acceso o del impacto que desde mí puede generarse, no es preciso contarlo, que alguien me escuche, que se enteren siquiera. Basta con experimentar yo una auténtica percepción, atesorar la perla y encarnarla. Que sea yo reflejo o canal de esa luz, sin más pretensión que ésa.

Vivir entonces resulta mucho más sencillo y orgánico, fluyendo en la sutil melodía que subyace al cotidiano, respirando en su grandeza y hacia su infinita simpleza, dejándome traspasar y envolver, traspasar y envolver… Por siempre.


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