Hace unos días fue tu cumpleaños. De haber seguido vivo habrías cumplido 53. Sin embargo, en unos días también, hará 15 años que te marchaste para siempre, al menos en esa forma física que conocimos.
Así que ahí, a mitad de camino entre la fecha en que naciste y la fecha de tu muerte, me encuentro hoy recordándote.
Casi atravesé aquellos tiempos, semanas, meses, como una zombi, procurando no sentir la angustia, el dolor y la sensación interna de abandono y miedo profundo que me agarraba cada día, todo el día.
Ya escribí sobre eso una vez. Hoy me traen los remedios, aquello que me sirvió para hacer más soportable tanto mi duelo como tu ausencia física.
Me ayudaron muchos los mensajes de cariño de las personas que te conocían, cómo realzaban tus cualidades y atributos. Aquellas palabras, no sé por qué, eran balsámicas. Como lo eran también las anécdotas de vida compartida que otros me contaban: lo que hicisteis juntos, lo que tú dijiste, lo que os pasó, cómo tú reaccionaste a esto o a aquello… Algunas de esas historias me las sabía, y otras eran nuevas para mí. Justo ésas resultaban ser las que más me aliviaban. Era como si, al yo desconocerlas, me pareciese que permanecías vivo y vibrante en algún otro lugar, uno remoto e inaccesible para mí.
También me ayudó pensar en las 5 personas que se beneficiaron de tus órganos. Todavía me acuerdo a veces de ellas y me pregunto si seguirán vivas, si tus córneas, tu hígado, tu corazón anidaron con éxito en sus cuerpos y siguen prestándoles un impecable servicio. Ojalá que así sea.
Me ayudaron las fotografías, tu rostro sonriente siempre en todas, sonriente o bromeando, alegre, vital, rebosante de una energía limpia y juvenil ¡tan tierna!
Me ayudaba recordar la sonoridad de tu risa, espontánea y libre, y cómo se te humedecían los ojos cuando te emocionabas, que era a menudo, por cierto. Bendito corazón el tuyo, hecho de de algodón natural y seda salvaje.
Ayuda me prestaba el visualizarte bailando, solo o conmigo, such a sexy dancer, como aquella señora inglesa te dijo en una boda pensando además que eras español, y no se lo creía, decía que los ingleses no podían bailar así. Y tú más ancho que largo: ya solías decir que habías sido andaluz en una vida anterior y que en está habías vuelto a casa.
Hace tiempo que no me duele el recordarte. Tal vez sí que conecto con cierta tristeza, una que ahora se disuelve serena al mirar el recorrido completo hasta hoy, aquí.
Hoy y aquí sé que sigues existiendo en algún otro y remoto lugar. Uno que intuyo aunque no sepa cómo llegar a él. Encontraré el camino, cuando llegue mi momento.
Mientras tanto sé que existes en mi memoria, que habitas en mi corazón y que hay un hilo invisible que nos unirá por siempre. A mí y a todas las personas que te conocimos. En nuestro caso, porque un día de verano nos conocimos en una isla preciosa y solo pudimos enamorarnos y entregarnos sin reparos.
Hoy no me entristece desearte feliz cumplevida ni conmemorar el día de tu muerte. Hoy sé que te marchaste porque era tu momento, tu manera y tu lugar.
Hoy solo puedo seguir agradeciéndote por haberme amado, por haberme permitido amarte, con todas mis torpezas, por empujarme al camino, con miedo, con rabia, con tristeza, pero caminando.
Gracias por haberme elegido para compartir ese espacio de tu valiosa existencia. Gracias por tantos regalos, por tantas bendiciones. Gracias por cuidar de mí más allá de la muerte. Gracias por mostrarme que hay vida después de la muerte y que la vía de acceso es la aceptación y el amor.
Gracias siempre. Gracias ✨💖✨
Descubre más desde lamujerinterna.com
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.