El tiempo no existe.
Es solo una fabricación humana. Un constructo artificial que parece servir para organizarnos y que a menudo se convierte también en una trampa, en una cárcel o en un callejón sin salida.
Existe el día, la noche. Amanece, se pone el sol. Eso es todo. La medida no es real, es tan solo una fantasía a la que sin embargo nos aferramos.
El tiempo así concebido no sabe de sensaciones ni tampoco de emociones.
Puedo sentirme cansada, activa, hambrienta, creativa, desganada sea la hora que sea, sea el día de la semana que sea. Puedo ser joven en edad y anciana en sabiduría y experiencias, o haber vivido muchos años sin haber aprendido apenas nada de la vida y de mi existencia. Puedo desplegar en un día un manantial de consciencia y pasarme eternidades en barbecho, a la espera de algo que intuyo pero no consigo agarrar.
El tiempo como artificio es engañoso.
Hace un mes que te marchaste o veinte años desde que falleciste y siento tu ausencia como si nos hubiésemos visto ayer. Recuerdo tu risa, justo la estoy escuchando ahora, con una ráfaga de viento me llega tu olor y las nubes me traen tus respuestas, ésas que no me diste entonces y que ahora me haces llegar también en el arcoiris o con el canto de un pájaro.
¿Perdí la cordura? ¿O es porque sigues aquí, en algún lugar cercano? ¿A un paso, a un palmo, a una onda de distancia? Sin tiempo, sin espacio, sin materia, en estado vibratorio, como un aura de energía que envuelve un instante para colmarlo de sentido desapareciendo después casi de golpe y dejándome en la duda de si fue real o sólo un espejismo de mi mente loca.
Pero no. La mente genera la ilusión y toda su organizada estructura: segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, décadas, lustros… ¡Qué prodigio de invención! Cuando la Vida no precisa de medidas. Se ríe de nuestros sofisticados sistemas y nos permite fabular, seguir inventando y creernos que todo se sostiene como lo hemos planeado.
Y luego me trae un caleidoscopio infinito donde puedo verme ayer, hoy y mañana a la vez, un registro de fractales con todos los colores del universo en ráfagas de luz, mostrándome que viví otras vidas, aquí y allá. Aparezco hace mil años, hace tres siglos, justo ahí, me veo, soy yo en otra piel, en otro cuerpo, con otros ropajes, pero soy yo. Lo sé. Me reconozco. Fue ayer. No, es mañana, o dentro de un millón de años en otra galaxia. Es todo a la vez. Soy todas esas yo a la vez. Aquí. Ahora. Es real. Es cierto. Lo puedo ver. Lo intuyo. Me sostiene.
Miro el reloj, ese aliado del constructo tiempo, ese medidor incansable, y apenas si pasaron diez minutos. Más le valdría detenerse o incluso desaparecer. Más me valdría enterrarlo bajo llave. Me lo quito. Lo escondo bajo el colchón. No importa si se pierde, si lo rompo. No importa.
Miro a través de la ventana para comprobar que aún es de noche. Ésa es la única medida. Entonces sé que aún tengo tiempo, una eternidad, infinidad de vidas.
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