La mujer interna se rompe.

Se desmorona a pedazos.

La frente, el vientre, las mejillas, desgajado el pecho, los muslos, las rodillas, los pies desmembrados. La espalda partida en dos justo en el centro, dividida por la mitad, mujer a medias, doblegada, sin poder erguirse, quebrada de dolor, de duda, desesperada. Cubierta de mugre, enredada, las tripas rebosantes de desperdicios que se acumulan, los gases recorriéndole los recovecos de la piel a latigazos. Los ojos le lloran legañas traslúcidas que escuecen su visión. La piel de las manos se descama y le pica, le arde por dentro. El pulso latiendo constante y severo en las sienes, martilleante, no cesa. Una gruesa serpiente negra se le acomodó en el cuello, el costado y la nalga; a veces permanece queda y de pronto, atiza en un escalofrío de fibras que se adhieren y se desatan. Tiene llagas en el paladar y en la lengua, la garganta desgarrada arde en llamas y cada día encuentra menos razones y menos ganas de hablar.

Su casa sucia, desordenada, sumida en un caos que devora el espacio, el tiempo y la medida de todas las cosas que en su realidad existen. El polvo se acumula en los rincones, las manchas, los mechones de cabello muerto, la ropa por lavar, los residuos amontonados, los objetos insulsos aquí y allá en total desorden ocupándolo todo, comiéndose el oxígeno enrarecido, la oscuridad.

La mujer interna va resquebrajándose entera sin que nada ni nadie pueda salvarla. Ni siquiera ella misma. A voluntad, tan ingenua, se metió de lleno en las tinieblas fantaseando con que eran pura luz y ahora sólo le queda permanecer ahí, volviéndose sombra, sintiéndose perdida, sin poder escapar, sin saber a dónde ir. Hundida. Sola. Con miedo. Presa de la ira. Mirando cara a cara su agresividad cercenada que ahora emana poderosa a machetazos, imparable, rasgando lo que encuentra a su paso, hiriendo a quien sea que se cruce en su camino.

La mujer interna se va rompiendo y le falta el aire por momentos, la luz, un metro cuadrado vacío en el que tirarse a derramar sus lágrimas, donde dormirse derrotada para poder descansar algo y olvidarse de ella misma. Y tal vez poder levantarse después y aguantar otro asalto.

La mujer interna está rota. Y tiene que permanecer así un tiempo. El necesario para poder ver, para abrazar su sombra, para soltar y para ponerse en pie, recomponiéndose con cada nuevo latido, con cada inhalación, limpiándose a golpe de lágrimas, sanándose desde dentro y hacia el exterior.

Esta mujer interna y rota ha tocado fondo como nunca antes lo hizo. Se da cuenta, se disculpa, agradece y toma lo que sí hay.

La mujer interna está rota.

Y viva.


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