(Gracias, Assumpta Mateu, por darle forma y vida a esa criatura maravillosa que es el DOL. Gracias, Mariana Attwell, por facilitar el espacio en el que nació este cuento. Gracias a mis compañeros de DOL por tantos momentos de profunda conexión. Gracias a la Vida y a la Muerte por tanto, por todo).
Mi madre me repitió mil veces que no me adentrara en el bosque.
-¿Pero por qué, mamá?
-Porque el bosque es peligroso.
-Pero en el bosque hay árboles enormes, mamá, y flores de colores brillantes, y pájaros cantores…
-Te digo que no te adentres en el bosque, y punto final.
Y aún así, el bosque me llamaba. La belleza de la vegetación, exuberante, la grandeza de los árboles, la serenidad del río fluyendo incansable…
Así que un día me lancé. Me atreví. Me adentré en el bosque.
Anduve maravillada descubriendo sendas, encontrando arbustos, saboreando sus frutos, descansando a la sombra, calentándome al sol, resfrescándome con el agua clara, atenta a los gorjeos, a los crujidos, asustada a veces ante la sensación de ser observada por miradas salvajes, ocultas, que acechaban sin que yo pudiese verlas aunque las intuía…
De pronto, un aliento caldeado, un gruñido firme me puso en alerta. Sin pensarlo apenas eché a correr, poderosa, valiente, y en mi huida tropecé con la raíz de una encina, cayendo al suelo. Miré hacia atrás y vi como un enorme lobo gris se paró frente a mí, mostrándome feroz sus fauces.
Entonces grité. Grité con todas mis fuerzas. Grité con la voz y con el alma. Grité con el corazón y desde el estómago. Grité mucho. Grité tanto y tan alto desde lo más profundo de mi ser que el lobo comenzó a retroceder, muy despacio. Se alejó lentamente, dio media vuelta y se perdió entre la arboleda.
Me levanté del suelo, sucia, magullada, alerta aún. Me puse en pie y me sentí segura, confiada como nunca antes me había sentido. Os prometo que la criatura que yo era salió del bosque convertida en otra. Miré de nuevo hacia atrás y me dejé envolver por la sabiduría de la naturaleza, y solo entonces empezaron a dolerme las rodillas y las palmas de mis manos.
-¿Dónde estuviste? ¡Te buscamos por todas partes! ¡Estábamos tan preocupados!
-Estuve en el bosque, madre. Y tenías razón: es peligroso. Mañana voy a volver.
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