Qué suerte no apegarse a nada ni a nadie…
Ni a un hogar, ni a una persona, ni a un estilo de vida…
Vivir cada minuto de cada día en asombrosa comunión con todo lo que se desvela, atravesándolo y dejándolo ir después… Tal vez con cierta tristeza, con gratitud, en calma…
¿Cómo se hace eso? ¿Cómo se llega ahí?
Me sigo quedando pegada. A situaciones y a personas que me mueven, a los espacios que me acogen y donde me siento en casa, al bienestar y la salud, a la intensidad emocional…
Parece que avanzo, que dejo atrás algunos de esos enganches y así es, aunque solo por un espacio de tiempo limitado. Luego una nueva revuelta me lleva a tocar otra vez con esta faceta dependiente de mi humanidad.
Miro a quienes parecen vivir desapegados para aprender de ellos y emularlos tal vez, pero cuanta más atención pongo más me doy cuenta de que no tengo cerca referentes válidos, que cada persona en la que me fijo acusa un tipo de apego, en la forma diferente al mío pero similar en esencia.
Así que debo mirar más lejos para encontrar un modelo, seguir buscando, tenerme paciencia, abrazar esto que me pasa, el sufrimiento que a menudo trae consigo, minimizarlo en la medida que pueda y asumirlo si no encuentro otra vía. Quedarme en mí y respirar inflando mi vientre, sintiendo mi diafragma vivo, mi corazón latiendo, las raíces de mis alas ancladas a mi espalda, consciente de mi sensibilidad y de todo lo que me pone vulnerable, sin expectativas de llegar mucho más allá de esto en lo que ando ahora y que me pesa.
Puede que mañana se aligere la carga. Puede que al volver a mirar aprecie una arista diferente. O es posible que me hunda un poco más en esta incomodidad que se me agarra a las tripas y me succiona energía, como una criatura hambrienta que por ser tan mía no logro dejar atrás. Me apego a ella también…
Madre de mi apego. Soy yo quien lo alimento. Soy yo quien no puede soltarlo ni dejarlo ir. Madre voraz, ávida de amor, deseosa… Madre insana. Mujer esclava.
Mi apego me esclaviza, inmoviliza mis alas. Mis enormes alas blancas con destellos dorados que no logro desplegar porque yo misma les pongo freno. Y me duelen, se van atrofiando y voy encogiéndome con ellas, haciéndome pequeña de nuevo en lugar de volar alto.
No tengo que preguntar más quién cortó mis alas. Fui yo. Soy yo. Cada día. Y hasta ahora no me había dado cuenta.
Yo la que freno mi vuelo. Yo la que amputo mis miembros. Yo quien me limitó y me escondo y ante quien pierdo mi fuerza.
No hay nadie ya ahí afuera a quien echarle la culpa. No hay excusas. Yo soy la razón, la causa y el remedio. Éste es el precio de mi liberación, el sabor de mi soberanía, la fuerza de mi madurez.
Esto es crecer.
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