Podemos cuidarnos, tú a mí y yo a ti, desplegar todas nuestras cualidades maternales sin ser yo tu madre ni tú la mía. Sé muy bien que tú eres un hombre adulto y sensible y yo una mujer madura y amorosa. Y esto es lo que tenemos para ofrecernos mutuamente. Tu corazón abierto. Mi ternura y mi cuerpo.

Así que me acerco a ti primero, despacio, te hablo suave, te pido permiso. Te acaricio, te mimo y te refresco. Te miro todo el tiempo, con profundo amor y respeto, atendiendo a los detalles de tu rostro y a los adornos de tu piel. Veo que te vas relajando y buscas acomodarte. Buscas mi vientre, mi cadera y yo te los ofrezco encantada. Sonrío porque siento que confías, que la sintonía se ha dado, y continúa una danza que nace de ti, de tu necesidad, y en la que te sigo entregada a los movimientos que tu cuerpo marca. No hay esfuerzo, no me empeño en complacerte. Sigo a tu esqueleto porque así lo quiero, porque es hermoso, placentero, limpio, porque me gusta cuidar, y cuidarte como precisas es un honor y un placer, porque mereces ser atendido en exclusividad y ahora te toca.

Bajo a la horizontal contigo y nos sorprende un abrazo. Tu ímpetu va tomando espacio en nuestro encuentro y me fascina esa energía que emanas, que va hacia lo que quiere. Me dejo atravesar por ella, quiero seguir estando para ti como deseas y también sentir esa fuerza para mí tan nueva, tan atractiva, y aprender de ella. Tal vez yo pueda emularte, con mi energía propia y con esta determinación que tú me muestras. Cierro los ojos todo el tiempo para no distraerme de mí ni de ti, para anclarme en la presencia de estos cuerpos que recién se encuentran y parecen reconocerse de inmediato.

Disfruto de la entrega mutua, de tu energía y tu fuerza. Me gusta sentir cómo me traspasan y se vuelven mías, casi como si de una transmisión se tratase, sin palabras, sin mirada. Solo cuerpo-piel en acción, atendiendo a su llamado interno. Pequeños gruñidos, ronroneo, arrullos, más sonrisas, besos tiernos, caricias, brazos, piernas, entrelazados, somo uno, no hay distancia entre tu cuerpo y el mío.

Me cuidas tú ahora y me vuelvo una niña de cuatro años. Todavía soy pequeña. Yo también quiero mirada exclusiva y caricias y sentir por un momento que soy la única criatura en el mundo para alguien, para ti, que me amas, que estás para mí y que eso es lo más importante que tienes que hacer. Sin entretenerte en nada más. Creo no haber tenido esa vivencia antes, mi cuerpo no la registra pero la anhela y confío en que puedas ofrecérmela.

Soy pequeña. Desde aquí no tengo nada para darte. O tal vez mucho. Mi confianza en ti, mi ternura, mi alegría infantil, mi dulce espontaneidad, mis lágrimas de emoción, mi entrega incondicional. Los niños llevamos tesoros prendidos de cada átomo de nuestro bello ser para regalarlos y qué poco aprecio mostramos los adultos a menudo por ellos. Es en verdad como ofrendarle perlas y diamantes a las bestias, incapaces de ponerlos en valor.

Pero tú no eres una de esas, tú eres un hombre poroso que me acoge con dedicación. Me siento mirada, atendida, vista tal como soy, protegida desde mi tierna vulnerabilidad. Registro está sensación de plenitud en mi cuerpo y creo que lágrimas de gratitud brotan sonrientes de mis ojos. «Yo vengo a ofrecer mi corazón«, canta la tucumana. ¡Qué suerte haberte elegido, qué bien que me eligieses tú a mí, qué dicha habernos encontrado y qué afortunada me siento! Fue como tuvo que ser entonces y seguro toqué la carencia pero tú me traes esta reparación ahora y eso es todo lo que alcanzo ya a ver.

Nos despedimos agradecidos por tan bello acercamiento. Dichosa conexión. Todo queda grabado y anotado en mi corazón de niña y en mi alma de mujer. Me voy regalada. Confío que tú también. Búscame si necesitas un abrazo, te digo, aunque me doy cuenta que soy yo la necesitada y la que quiero poder ir a ti si preciso de uno. Y puedo decírtelo, con ese pudor de la adulta que aprende a reconectar con su criatura instintiva porque la anhela y porque le va la vida en ello.

Gracias, de nuevo. Nunca me parece agradecer suficiente estos regalos. Me voy desapegada y abundante, nutrida y fértil. Cualquier semilla que plantase ahora brotaría y prosperaría. Ésa es la misión y el sentido del Amor en esta vida.


Descubre más desde lamujerinterna.com

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.