Hoy que mi cuerpo me ha dicho basta y he elegido atenderlo y entenderlo, pongo en claro y en valor algo que me pasa y en lo que sigo cayendo.

Me entusiasmo por algo (plan, proyecto, vínculo, oportunidad) y me dejo llevar por ese entusiasmo inicial tan poderoso que me toma. Me digo que está bien, que es bueno, genuino, porque emerge espontáneo, porque es movilizador y va a llevarme a lugares nutritivos, fascinantes. Y puede que sea cierto. Lo que pasa es que pierdo también contacto con la realidad. Y eso no acabo de poder verlo de entrada.

Desde el arrebato me fascino, me ciego, y dejo de ver lo que supone entregarme a él: el tiempo, la energía, la atención, el dinero… Recursos limitados que mi frenesí no contempla, parece tenerme por una fuente inagotable de los mismos. Y no es así. Mi fuente se agota. Yo me agoto.

Me canso. Hago malabares para encajar todo lo que emerge y que me interesa. Me angustio. No quiero renunciar a nada, no quiero perderme nada. ¡Y hay tanto! No llego a todo, es imposible. No puedo. De hecho, creo que tampoco quiero…

Me digo a mí misma: para, espera, no contestes enseguida, no te embarques de primeras, déjalo reposar un par de días, medítalo, sostén ese ardor que te recorre y dale espacio para que se apacigue y no queme, luego retómalo teniendo en cuenta lo que lo circunda, sopesa, mide, respira, y entonces decide, sabiendo que decir no es una opción tan válida como la contraria, que decir no de hecho es lo que te viene bien poner en práctica.

Me sigo colando, una y otra vez. Todos los días la Vida, tan generosa, me pone varios centinelas en el camino para probarme, para que me entrene en esta habilidad tan saludable que en mi historia he ido malinterpretando.

Yo sucumbo. Sigo cayendo casi a diario. Con compasión me miro de nuevo cautivada por mi fervor, y cuando puedo, retrocedo. Tomo perspectiva. Me disculpo, renuncio, reparo si he perjudicado. No me justifico, solo explico brevemente y me retiro, con el firme propósito de no volver a caer…

Hago lo que puedo, lo mejor que puedo en cada momento. La mayor perjudicada soy siempre yo.