Con los ojos cerrados, a ciegas, se suceden todo tipo de escenas y posibilidades en mi mente frenética. Imágenes, emociones, ideas y pensamientos que se pisan unos a otros sin descanso, agolpándose en sucesiones hiladas y también sin sentido, generando una intensidad de la que puedo extraer belleza (formas, colores, patrones de perfectos trazados con sus músicas y cadencias, un prodigio imaginativo que no parece tener fin) y que también, por momentos, me resulta total y absolutamente abrumadora. Hasta el punto que siento que no puedo sostener más tal exaltación. Respiro, me muevo, pongo las manos en mi pecho desnudo buscando calma y apenas la encuentro, así que abro los ojos como último recurso para escapar de esa magnitud que yo genero.

Con los ojos abiertos ya, descanso, por fin. La vehemencia previa parece haberse disipado. Queda un tono bellísimo que lo cubre todo, una especie de velo dorado que le concede al espacio una textura irisada, celestial, deliciosa. Veo la perfecta geometría que estructura cada realidad que me rodea, las fibras doradas que se tornan anaranjadas, las formas en relieve que han cobrado vida y me muestran las posibilidades de sus perfectos movimientos. Líneas que serpentean por todas partes, destellos lentos que van y vienen deslumbrándome y cambiando de apariencia. Es prodigioso.

Así es la realidad, me digo. Así es mi realidad, me corrijo. Así configuro lo que creo que es real, puntualizo. Porque si cambia constantemente de aspecto, si pasa de maravillarme a aturdirme e incluso a angustiarme, si la cualidad de lo que observo y experimento es el cambio constante y perpetuo, entonces, ¿es eso real, veraz, cierto? El Maestro dice que el Ser, lo que Es, tiene naturaleza inmutable.

Es así como contacto entonces con mi conciencia de lo ilusorio, todo lo que me rodea y que existe o yo genero y que no es verdadero. Vuelvo a conectar con la angustia. Es demasiado. Siento mi corazón latiendo rápido y fuerte. Quiero encontrar calma y me paro en una pared vacía, sin adornos, sin mácula. Descanso ahí de nuevo, un instante de sosiego que a la vez me parece tan eterno como fugaz. Mi mirada abierta y esponjosa se pierde en la infinitud de ese espacio diáfano hasta que de pronto me asaltan de nuevo líneas, conexiones, figuras, luces, colores y toda la gama de sensaciones adheridas. Preciosas, fascinantes y también agotadoras, en parte porque parecen no tener fin.

Es entonces cuando me doy cuenta: efectivamente, nada de eso es real. Eso es solo una pared diáfana, lo demás son todas proyecciones que yo hago sobre ella, yo las genero, las magnifico y las deshago. Yo las creo y en ellas me pierdo, con ellas me fascino y de ellas quiero escaparme luego porque no puedo soportar más tanto vaivén. La realidad, la pared despejada, está libre de todo condicionamiento. Soy yo la que la adorno y la saturo. Ése es el pulso constante que mantengo entre mi/la naturaleza esencial y esta experiencia humana condicionada.

Esta claridad genera de pronto un espacio enorme en mi pecho y en mi garganta, una sensación de porosidad generalizada, un derretirme y fundirme en lo que me rodea y que me sostiene. Una nueva vivencia de quietud. Un tesoro. Lo registro como tal, es demasiado valioso, quiero recordarlo y ponerlo en valor, tenerlo presente cuando esta experiencia termine, cuando ya en el otro lado vuelva a enredarme en mi cotidiano poniendo fuera lo que solo puedo atribuirme a mí misma. Solo me queda, una y otra vez, hacerme cargo de lo que yo misma genero y que no es real, anclándome una y otra vez en la serenidad, puesto que es ahí donde anhelo instalarme. Ir abandonando poco a poco el universo inconmensurable de mi intensa y engañosa humanidad para establecerme, ojalá, cada vez más, en el inagotable paraíso de la ecuanimidad.

Generar expectativas, por bellas y bienintencionadas que me parezcan, empeñarme en alcanzar logros, proyectar mis deseos y maneras de mirar e interpretar… Todo eso me aparta de mi naturaleza esencial, que no está condicionada, que es plenamente libre, que no precisa de nada porque ya Es Una con Todo. Nada le falta. No tiene tara. Es perfecta emanación de la divinidad, de la fuente, última y primigenia, originaria y definitiva.

Con esta nueva vuelta recorrida hacia dentro en mi particular espiral de crecimiento, con la ampliada claridad que me trae sobre el mismo asunto, continúo mi camino, algo más liviana, algo más tranquila conmigo, dejando algo más en paz a la vida y a los otros, que están también en su particular bucle proyectivo, quedándome en mí, mirando a mi locura a la cara. ¿Para qué? Me pregunto una y otra vez cuando toco con la desesperación y el sufrimiento. Para verme mejor, me digo. Porque entender mi enajenación me libera de ella y porque al comprender la mía propia puedo tal vez captar la del otro, la del mundo. Y soltar así el juicio, la culpa, el odio, la desconfianza, la envidia… Para quedarme en el perfecto logro de amor que ya somos.