Háblame de quién eres y de lo que te mueve. Necesito escucharte. Saber de ti.
Quiero saber cuál ha sido tu camino, las tempestades y los valles que has atravesado. Los picos de placer y los pozos de dolor. Qué es para ti dudar y cómo reconoces una certeza.
Anhelo comprender esa fuerza que te arrastró al abismo aún sabiendo que supondría tu destrucción, contagiarme de ella e inspirarme en tu reflejo para descubrir mi coraje y el ímpetu de mi impulso.
Cuéntame de tu belleza arcaica, primigenia y salvaje, de tu instinto oscuro y nocturno, de ese olfato de fiera y del oído de búho que te habita, de tu visión expandida y del tacto de amante heroica, capaz de arder en llamas cuando el amado es real y está a tu altura.
Déjame acercarme a ti y a la estela de renacimiento que dejas a tu paso. Dime cómo es habitar el inframundo y qué haces para sobrevivir en él. Cuánto dura el miedo, la locura y la ira y en qué se convierten cuándo las atraviesas y apareces descarnada al otro lado.
Muéstrame tu densidad inmaterial, la luz infinita de tu sombra, la firme cualidad que intuyo en la piel de tus senos y en tu vientre. A qué sabe la confianza cuando te posee por completo y te vuelve flexible y entregada a lo que es, a lo que hay.
Permíteme conocer la seguridad que te viste, tu determinación, las formas que toma tu deseo, la incuestionable dirección que marca tu claridad interna y el rugido de tu libertad de mujer, diosa, reina, mito, arquetipo, símbolo.
Deja que me quede a tu lado aprendiendo contigo sobre mí, que mirándome en tu contundente reflejo pueda yo reconocerme, maternarme y crecerme, que al calor de tu luminosa oscuridad siga atendiendo mi llamado, respetándome, concediéndome todo el tiempo, todo el espacio, paciencia constante, compasión sin límites, descanso, cuidado, confianza, humor.
Permíteme mirarte así de cerca para perderme en ti conmigo, dándome cuenta que somos una y que nada nos separa más allá de mi ceguera.
Quiero ver. Quiero verte. Quiero verme.