Hay una parte de mí que simplemente quiere experimentarse en el presente, aquí y ahora, a través de los sentidos y de cada vivencia que se presenta.

Cuando la dejo ser, la vivencia que sucede es de fluidez, tanto si viene con disfrute como cuando trae angustia o dolor adheridos.

Las sensaciones tienen lugar en el presente. El escalofrío que me recorre, el rugido del mar, una ráfaga de viento, el aroma a pan recién horneado, fruta jugosa que se deshace en mi boca, el sol que se pierde tras el horizonte, los colores del prado, lágrimas en mis ojos, espasmos en mi estómago, mi pelo mudando el color…

Prestar atención a lo sensorial me mantiene en el presente, mientras que irme a los pensamientos suele transportarme al pasado (recordando o rememorando) o al futuro (ideando o imaginando), instancias ambas ilusorias, porque no existen. Tienen lugar solo en mi cabeza.

Seguiré volviendo a mis recuerdos y construyendo fantasías. Son posibilidades que me facilita esta interfaz humana que me ha tocado experimentar. Confío hacerlo con la conciencia de mi naturaleza genuina, que es inmaterial además de física. Aquí y ahora a través de las sensaciones y en contacto con esa cualidad sutil e intangible de mi Ser.

No hay división temporal en ese estado inasible. Ahí no existen siquiera las sensaciones. Solo un estado perenne de calma y de presencia que susurra suavemente sin voz: «yo soy, todo es».


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