Con la legada del otoño, maestro del cambio perpetuo, vuelven los fuegos en círculo, las hogueras en tribu y la unión en el vientre de la Tierra al calor de las piedras, de los cantos y amparados por la oscuridad.
Volver a casa. Y hacer ese trayecto a través de tres vías que se despliegan de manera simultánea.
Volver a los rituales y prácticas ancestrales que nuestros antepasados alimentaban para mantenerse unidos entre sí y al cosmos, cuando no existían pantallas, ni ondas hercianas, ni letra impresa, cuando la transmisión del saber era puramente verbal y vivencial y el contacto con todo lo manifestado en el entorno suponía La Vía.
Volver a su vez al útero materno, que es el centro de la Tierra. Atravesar a gatas el pequeño umbral de la cálida cabaña compuesta de cañas y mantas mientras invoco en voz baja «por todas mis relaciones». Sentados en círculo por orden de entrada, sobre la Gran Madre, sintiendo su frescor y textura, sabiéndome sostenida y acompañada siempre, recordando en las tinieblas a las que invita quién soy, de dónde y para qué vengo, hacia dónde camino y con qué propósito, qué necesito dejar atrás para continuar más liviana mi viaje.
Volver en definitiva a mí, al interior de mi corazón, retornar al núcleo de mi alma para atender a su llamado, sabiéndome una más entre quienes me rodean. Escuchar los juegos a los que mi voz se entrega, ver cómo mi garganta se abre a la vida, sentir mi piel derretirse y viajar hasta el suelo para atravesar sus capas y fundirse de nuevo en la tierra. Dejar que mi mente descanse y mis sentidos se afinen, sin expectativas, abierta a lo que cada instante manifiesta.
Así se desarrolla un viaje en el no tiempo donde el cuerpo puede levantarse en pie de guerra y la mente aliarse con excusas y razones que pretenden boicotear el tránsito. Cada elemento del círculo hacemos lo que podemos para atravesar lo que sea que emana, extrayendo recursos de donde no parecía haberlos, pujando por resistir, por permanecer en nosotros por nosotros y por todos, héroes y heroínas retornando al hogar para volver a salir de él renovados, con una piel más limpia, más suave y a la vez más curtida por las nuevas batallas ganadas.
Hay tantas maneras de Renacer como las hay de morir y es posible volver a la vida tantas veces como ocasiones de muerte y disolución atravesamos. Son todas nuevas oportunidades para soltar, dejar atrás, desapegarnos y retornar con una cualidad renovada. Y son también oportunidades para tomar contacto con esa vivencia última de muerte física real que nos va a alcanzar a todos sin excepción y sin distinción en algún momento. Ocasiones para tocar los miedos, la angustia, la dificultad para dejarnos ir, la falta de aire, de fuerza, la incomodidad, el dolor y también la sensación de entrega, las visiones cargadas de sentido, la comprensión, el gozo interno, la plenitud, la confianza, el Amor verdadero y la certeza de ser parte de un Todo sin principio ni final.
Gracias por la profundidad y sabiduría de estos rituales; gracias a quienes mantienen con respeto y devoción la transmisión de los mismos; gracias a la Madre Tierra por su constante sostén y por su infinita generosidad; gracias al Padre Cielo por otorgarnos la contención de su ilimitada bóveda celeste; gracias a la Tribu por ser, por estar, por acudir y por atreverse a vivir con todo lo que supone; gracias a mí por tener presente la memoria de mi compromiso y traerme una y otra vez al camino con corazón de la Verdad.