Las cosas son lo que son y luego están las formas que adquieren para nosotras cuando las miramos, las maneras como las vemos, que pueden ser multitud, infinitas incluso. Cada individuo puede tener la suya.
Las cosas son lo que son y luego está la mirada que las observa, nuestra mirada, que puede fijarse sólo en un detalle e ignorar el todo, atenderlas de muy cerca o desde lejos, diseccionarlas en pequeños trozos, utilizarlas, abandonarlas, enjuiciarlas, rechazarlas… Incluso alterar su naturaleza.
Una rosa es una rosa, así, parte de la planta en la que nace, con un aroma, un color, una textura que puedo o no apreciar pero ahí están tal y como son. Puedo cortarla, usarla como ornamento, como ambientador, arrancarle los pétalos, tratarlos con alcohol o con aceite para extraer su fragancia, para decorar el interior de un frasco de cristal. Puedo dejarla en el rosal y admirarla, atender a su proceso de crecimiento, florecimiento y decadencia, sin intervenir en nada, dejándola ser. Puedo escuchar y hacer caso o no a lo que dicen unos y otras: que la pulverice con esto o con eso otro, que la trasplante, que arranque la planta de cuajo, que es muy bella, que no es tan hermosa, que da pocas flores, que el aroma es embriagador o que apenas huele…
Sigue siendo la misma rosa. Simple y llanamente.
¿De dónde vienen nuestras ideas, percepciones y juicios? De la mente, que necesariamente (porque es su naturaleza) está condicionada. El condicionamiento hace parte de su despliegue cotidiano. Y esa cualidad la convierte en subjetiva, parcial, limitada, engañosa.
Desde esa posición miramos cada una el objeto, el hecho o la situación en cuestión, la rosa. Que no nos resulte extraño por tanto que a menudo no podamos encontrar consenso, que parezca que hablamos idiomas distintos aun siendo hermanos. Que no estemos pudiendo ver de verdad, aunque nos creamos que sí. Ni a la rosa, ni al otro, ni a nosotras mismas.
La rosa no espera nada. Es. Sin ideas, sin pensamientos ni expectativas. Nosotras se los colocamos. A ella, a todo. Es parte de nuestra naturaleza humana.
Ser rosa es otra cosa. Qué bien ser consciente de ello.