A veces no caigo en la cuenta. Otras, al verlo, me siento abrumada y superada por ello. A menudo lo observo con distancia y desde la calma y también me pasa en ocasiones que me meto de lleno en la trampa.
La incesante ferocidad, la voracidad extrema, el frenesí, el exceso, la intensidad, la prisa, la cantidad de opciones y posibilidades…
Más, más, siempre más. Más alto, más cantidad, mayor variedad, más novedoso y excitante, más rápido.
Sexo, ocio, productos de todo tipo, higiene, medicación, personas, actividades, destinos, deseos, experiencias, conocimiento, poder, anhelos… Más. Más y más. Más de todo, sin descanso, sin pausa.
Las temporadas se suceden y dejan de ser ciclos conectados a la naturaleza para convertirse en lanzamientos estratégicos de nuevas tendencias. Inventan días especiales para atraparnos con un mayor consumo, celebraciones donde colmarnos con un mayor número de estímulos. Nos enredadamos en desear y cómo zombis insaciables vagamos por el mundo insatisfechos, porque siempre habrá un trabajo mejor, un cuerpo más bello, una sexualidad más excitante, un destino más exótico, una casa más grande, una formación más completa, un sabor más exquisito, una vida mejor que esta tan anodina y vacía que llevamos…
Se me hace insoportable por momentos esta existencia ansiosa que nos hemos inventado, tan ajena a la real que puedo encarnar a ratos.
La tranquilidad, el silencio, la belleza de la naturaleza, el descanso, la lentitud en todo. Comer despacio, hacer el amor con c a l m a, escuchar, mirar a los ojos y quedarme ahí sostenida sin tener que hacer nada, sin pensar en después ni en lo siguiente porque eso es todo lo que hay. Perder la noción del tiempo, del espacio, olvidarme por un instante de quién soy para percibirme como un organismo que late que está vivo y percibe, así de sencillo, sin mayores ni más pretensiones que la de poder sostener esa sensación de plenitud. Y disfrutar la profunda sencillez y el aroma de gozo y dicha que destila…
A veces toco ese paraíso y las más me debato entre las sugerentes e infinitas propuestas que este mercado insaciable de la oferta y la demanda procura venderme, destellos de falsa felicidad, de satisfacción momentánea, para caer luego de nuevo en el vacío.
Quiero dejar de verme arrastrada por esa corriente. Quiero quedarme en mi centro y poder discernir en cada momento qué es real, qué quiero de verdad, qué necesito, qué deseo, qué supone ir a por ello y si me compensa, qué precio voy a pagar y si lo merece, qué me va a aportar y para qué lo anhelo. Quiero hacer movimientos desde la consciencia y no desde la ceguera. Quiero sentirme libre y actuar desde la libertad.
Cómo vivir así en un entorno que invita justo a lo contrario es osado, valiente, idealista incluso. Y posible.
Ir a por ello merece mi dedicación y empeño, llegue a donde llegue.
(Imagen de Álvaro Parada)