En estos últimos días, sin pretenderlo ni buscarlo, he tenido dos experiencias distintas con la vivencia de no respirar, de permanecer durante unos instantes, no se cuánto, y de manera natural en estado de apnea.
Relajada, tranquila, habiendo conectado previamente con la respiración, llegué a una sensación de absoluta paz interior, de vacío incluso. No había nada más allí, ni siquiera aire.
Mi cuerpo permanecía inerte, tumbado, confortable y mi mente desapareció en el espacio dejando solo bienestar. No sé cómo, sin sentir el cuerpo ni apegarme a la mente, pude percibir esa plenitud. ¿Quién o qué la experimentaba a través de mí sin materia ni pensamiento?
Lo sospecho y lo ignoro. Lo que sí percibí claramente, sin que el contenido llegase de manera mental o elaborada, fue un mensaje sereno, una certeza, que decía: «morir es así, no hay dolor, no hay sufrimiento, es fácil y placentero, no hay nada que hacer, no tienes que tenerle miedo».
Llegado el momento, mi cuerpo precisó de aire y una profunda y pausada inspiración me sacó de ese estado inmaterial y sublime para devolverme a la densidad de esta realidad.
La otra es etérea, sutil, una expansión de gozo. Un espacio intangible en el que nada es necesario. Como flotar sintiéndome sostenida. Como estar enraizada experimentándome plenamente libre. Sin apuro. Sin miedo.
Experienciar algo así sin haberlo propiciado voluntariamente es un regalo doble. Voy haciéndome consciente de la profundidad de mi ser, de mi verdad y la verdad de la existencia. Voy tocando con aspectos más trascendentes que de forma automática me llevan a resignificar lo cotidiano, a considerarlo en su justa medida, sin luchar por alterarlo ni resistiéndome a ello, abarcándolo todo sin aferrarme.
Que morir sea sencillo e indoloro, que suponga una liberación.
Que así sea, para todos los seres.
Descubre más desde lamujerinterna.com
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.