Otro viaje a las puertas y no sé por qué lo inicio con temor.
Escucho la música celestial que abre nuestro Círculo invitando a los viajeros y siento ganas de llorar. Es una melodia muy bella, con una cualidad etérea, debería poder moverme hacia un lugar elevado tal vez, liviano y claro. Sin embargo me asalta una profunda tristeza. Me abrazo a mí misma para consolarme y contenerme. Me dejo llorar y no entro aún, no he dado ni un paso. Aún no puedo. Me siento paralizada y de pronto, en ese abrazo a mí misma, descubro mis escápulas. Las palpo angustiada y me sobreviene un dolor agudo que no es solo físico. Algo más hondo se duele en mí.
¿Quién me ha cortado las alas? ¿Quién me ha cortado las alas?
Me lo repito una y otra vez mientras lloro mi tristeza y el dolor.
¿Quién me ha cortado las alas? No tengo respuesta. Solo desolación.
Continúo inmóvil. No sé moverme sin mis alas. ¿Cómo voy a hacer para sobrevivir?
Comienzo a dar tímidos pasos sin poder mantener mi equilibrio. Percibo el mundo como un lugar peligroso y no sé como cuidarme ahora que me falta un atributo tan importante.
Encuentro a otros seres que en principio también me resultan amenazantes. ¿Y si alguno de ellos fue quien cercenó mis alas? ¿Y si alguno de ellos es de los míos y puede ayudarme a recuperarlas?
Esta idea me anima a entrar en contacto y así es como descubro mis manos, mis brazos, los suyos. Una extremidades que también se extienden y facilitan el avance pero que siento limitadas en comparación con mis alas.
Los muevo con esfuerzo, me canso enseguida, me desespero. Sin embargo solo encuentro paciencia y amor en quienes descubro, tacto y cuidado. Me conmuevo ante tanta sensibilidad, ante las muestras de apoyo. Desconocidos que me acogen, me sostienen, me insuflan su soplo de vida. Me muestran qué hacer con estos extraños apéndices y su efecto me emociona. Busco sus alas y tampoco las tienen. Recojo, agradezco y sigo adelante.
Tal vez no estén tan mal estos brazos ni estas manos. Tal vez no pueda emprender hazañas tan grandiosas como las de antes. Tal vez pueda acomodarme en otras más humildes, menos vistosas, y dejarme reposar en ellas. Tal vez es momento de aceptar que perdí mis hermosas alas y que estos nuevos miembros que descubro van a ser suficiente.
Muevo los dedos de mis nuevas manos siento la suavidad de mi tacto. Elevo los brazos y percibo que la fuerza se va haciendo sitio en ellos. Puedo cuidar de mí así. No estoy sola ni el entorno es hostil. Tengo una nueva realidad por delante para explorar y en la que desarrollarme.
Atrás quedaron mis alas y su brillo.
Aún me duelen las cicatrices.
La música cesa. Las compuertas de salida vuelven a abrirse. Pero este viaje no termina aquí. Continúa más allá, fuera del Círculo.