Hoy entro al círculo con la clara intención de salir al encuentro con el otro. Nadie en particular, no importa quién. Lo valioso es que el encuentro tenga lugar y que sea reparador.
A medida que avanzo a ciegas la intención inicial se torna necesidad. Necesito del contacto, sentirme una con el mundo, igual al resto, conectada a mis pares.
Y me parece recorrer una eternidad hasta que la primera experiencia se da. La saboreo, es sutil, un leve toque, unos dedos que se acarician. Un regalo.
Continúo la exploración y se suceden los dedos, las manos, los brazos, los cuerpos que nos paramos para entregarnos y recibir, la generosidad y la petición.
En un momento de soledad conmigo percibo el aire, la luz aún con los ojos cerrados. Percibo la presencia de un Dios contenedor y amoroso que nos sostiene a todos y lloro por la templada emoción que esa certeza deposita en mí.
Entonces me doy cuenta que la soledad que quema, la carencia, la falta, la depresión y la pobreza son ilusorias, que es inviable en esta prodigiosa creación no ser objeto de amor o receptor de cariño. Que toda la ternura y atención que precisamos está aquí y ahora, siempre al alcance de un suspiro y en la suave línea que traza un haz de luz.
Con esta certeza anclada en mi cuerpo abandono el círculo una vez más, agradecida por el tesoro que se me ha entregado y que yo puedo apreciar.
Lo que me toca ahora es integrar la experiencia y bajarla al cotidiano, que se haga carne en mi día a día, que con la nueva actitud que engendra en mí genere yo un cambio afuera, desde mi acción dirigida y consciente.
Que no nos quedemos en el insight o en la experiencia cumbre sin aterrizarlos de lleno en nuestro caminar. Que podamos obsequiar al mundo a cada paso con estos dones y podamos sentir el manar constante e inagotable de nuestra abundancia natural.
Que así sea. Y que yo lo vea.