Tras el ritual del Círculo comienzo mi viaje, y el primer tramo está marcado por una necesidad imperiosa de soltar mi cabeza, de dejarla libre de toda idea, de todo condicionamiento. Soltar el cuello, el cuero cabelludo, soltar el pelo, el cráneo. Aflojar la frente, mis mejillas, dejar libre mi mandíbula, la boca entreabierta, la lengua relajada y descansando. Vacío mi cabeza entera como si vaciase un enorme cubo de basura que está lleno a rebosar. La sacudo. Despejo. Limpio. Creo espacio.
Entonces puedo dar el siguiente paso. Miro a mi alrededor y me maravillo ante tanta grandeza. Observo la hierba en el prado, las gotas de rocío, las pequeñas hojas y flores que pueblan la tierra, los insectos tan invisibles que recorren silenciosamente el terreno dotándolo de vida. Descubro un pie humano seguido de su pierna, su cuerpo, su cabeza. No se si está vacía pero tocó los dedos de ese pie y me fascina su prodigiosa anatomía y su sensibilidad.
Elevo la visión al plano medio y disfruto de un paisaje diáfano donde el verdor del suelo se amalgama con el azul del cielo. La nitidez y el brillo de los colores me fascina. Colores que huelen, destilando un perfume sutil que se extiende misterioso por todo el espacio. Veo a otros seres humanos, en movimiento, en reposo, con sus tribulaciones y en el gozo. Veo la hermosura de su ser, tan distintos en la forma pero iguales en la esencia. Veo el amor, la alegría, la calma y la desesperación. Miro la risa y el llanto, la enfermedad, el júbilo y la muerte. Me deslumbra tal despliegue de vivencias y emociones. Me conmuevo ante la capacidad de sentir de estas criaturas que somos y por primera vez en este trayecto me dejo tomar por la certeza de que algo, alguien, una inteligencia superior intangible y sin forma ni rostro ha creado todo esto de la nada.
¿Cómo es posible tanta belleza? ¿De dónde emana toda esta abundancia? Agradezco y mis ojos se deshacen en lágrimas. Las recojo y las ofrendo al Cielo, a la Tierra, a esa conciencia suprema que nos da forma y de la que somos extensión.
Entonces caigo en la cuenta de ser yo también creadora, como esa fuente de la que procedo, y me entrego al canto, a la danza, a la devoción, consciente de que mis creaciones me permiten ser en plenitud y además contribuyen al servicio de mis semejantes, hermanos todos, y a la devoción hacia el Creador.
Soy una voz que canta, una danzante, una sibila, una ménade. Soy una mujer libre, poderosa, humilde. Arrobada por el profundo amor a mi Dios siento un crujido en el pecho. Lo atiendo y veo que mi corazón se abre y nace de él una magnolia hermosa y perfumada. Las lágrimas siguen fluyendo. Me deshago ante tanta dicha, tanta grandeza. Tomo la blanca flor entre mis manos y la ofrezco al mundo. Esto tengo también para dar, este corazón hecho flor, esta carne vuelta perfume. Cada movimiento, cada palabra, cada gesto. Todo lo ofrezco honrada, agradecida y plena.
Salgo del Círculo sagrado que me ha contenido y apenas puedo expresar lo vivido, la nitidez de las imágenes, el sentido de los símbolos. Las lágrimas brotan inagotables purificándome.
Descanso. Agradezco una vez más. Me retiro en silencio para registrar lo acontecido. Quiero recordar quién soy y para qué estoy aquí. Jamás volveré a olvidarlo.