Encontré tu mirada y tu sonrisa el primer día y me sentí en peligro, así que puse mucho empeño en evitarte. Sin embargo aparecías por las esquinas, entre los cuerpos, como una visión, algo irreal que se muestra y se esconde casi al mismo tiempo.

Me descubro en este retorcido automático tan familiar y exasperante de contenerme, reprimirme y frenarme. Mi curiosidad, mi deseo, mis ganas, mi impulso, mi pasión. No son bienvenidos, ni válidos. Mejor cortarlos de cuajo, negármelos. Negarme a mí misma. Y a ti de paso. Negar e ignorar lo que es obvio y se manifiesta en mí.

Basta ya, me digo. Me hago dueña de este llamado y lo asumo como se presenta, porque nada que nace de mí es indigno sino amoroso. Así que cambio de estrategia antes de que sea demasiado tarde. Antes de que esta burbuja se deshaga y desaparezcas para siempre. Antes de quedarme frustrada una vez más lamentándome por lo que no fui capaz de hacer.

Voy a acercarme a ti.

Te busco entre la gente. Mis ojos son garras que desnudan el espacio de ramajes y velos. Desarmo con ellos el escenario, y todo lo que no eres tú desaparece ante la implacable cualidad desintegradora de mi hambrienta mirada.

Rastreo todo el espacio, de abajo a arriba y de arriba a abajo, en las cuatro direcciones. Activo mi olfato de fiera y escudriño cada rincón para encontrar una pista de tu aroma que me lleve hasta ti.

Exploro las huellas que has dejado en el camino y me doy cuenta de los recursos que pones en juego para esconderte, para escaparte, para estar aquí y allá, en todas partes y en ninguna.

Encuentro reflejos de ti, ecos de tu aliento, efluvios de esa pasión que te mueve sin llenarte, pero a ti no te veo. Y sigo mi búsqueda incansable porque tengo fuerza y porque te tengo ganas.

No voy a descansar hasta que te encuentre. Sigo tras de ti sin rendirme, sin venirme abajo. Reposo cuando lo preciso y continúo. Mis tripas están decididas a dar contigo. Mi corazón sabe que voy a encontrarte. Mi cabeza me grita que pare, que lo deje, que me olvide. Me recuerda el peligro, y yo la amordazo.

Este fuego está creciendo solo. No voy a frenarlo ni a contenerlo. Voy a dejarlo arder hasta que se consuma o hasta que lo queme todo. Sus llamas se elevan por encima de rascacielos y con su roce los desintegra sin esfuerzo.

Voy a encontrarte, y cuando lo haga voy a entregarme a ti y a devorarte con dulzura. Me abriré a tu mágico encanto y te mostraré los míos. Me perderé en el dorado de tu piel y te abriré el paso a mis grutas secretas. Me dejaré cautivar y te ofrendaré lo que atesoro.

Ya puedo sentirte. Te vislumbro en la distancia. Tu enigmática fuerza es inconfundible. Siento el corazón galopándome en el pecho. Trazo una flecha entre este punto en el que me hallo y ése en el que tú te encuentras. Amarro la conexión para que no te escapes y me dirijo a ti con la determinación de un pájaro que ha escapado de su jaula.

Ya no puedes ni vas a querer escaparte, al menos durante el tiempo que dure nuestro encuentro. En aquel territorio volátil eres el rey pero éste es el mío y lo regento con prestancia. Vas a ver cómo se siente, a qué sabe, cómo huele, qué tacto encierra. Vas a tener la experiencia completa, y yo me derretiré en tu magnetismo. Durante este intervalo estaremos presos el uno del otro, por voluntad y deseo propios, por necesidad, por libertad. Por amor. Sí, por amor también. El deseo por sí solo no es suficiente.

Luego puedes volver a tus luminosos escenarios, a tus atractivos trucos, a la lluvia de confeti y purpurina, a tus rápidos  movimientos. Puedes colocarte de nuevo la chistera y esfumarte detrás de una cortina de humo. Yo me quedaré donde estoy, maravillada por los efectos del conjuro, destilando alegría y gratitud por todos mis poros. Sin espacio ya para la culpa, la vergüenza o el arrepentimiento. Honrando mi deseo y su impulso, poniendo en valor el juego, el placer, la intimidad compartida.

No sé si juegas todo el tiempo, cuánto te muestras, qué estás dispuesto a perder o a ganar. No sé si jugamos a lo mismo o de igual manera. Solo te pido que, de seguir en ello, seamos honestos, auténticos. No tienes que venderme nada, yo a ti tampoco. Solo quiero poder mostrarme genuina, ser capaz de abrirme y de entregarme. A pesar de los riesgos, soy valiente. No quiero vivir a medias ni a escondidas. Quiero plenitud. Lo quiero todo.

Nos despedimos y no me asalta la tristeza ni me quedo apegada a ti. Me marcho. Tú te vas también. Nos separamos hasta nadie sabe cuándo. Puede que solo hasta mañana. Puede que para siempre.

¡Qué dicha habernos encontrado, qué regalo de la Vida habernos dado caza mutuamente!


Descubre más desde lamujerinterna.com

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.