Está todo ahí delante, expuesto, sin espacio alguno para el ocultamiento, aunque no siempre a la vista. Cada elemento, cada personaje, todo se despliega generoso, cercano a los sentidos y aún así hay detalles que no captamos o que tardamos tiempo en apreciar.

Toda la información permanece activa y presente en el campo en todo momento. La Vida no esconde nada y a menudo se despliega mucho más obvia de lo que en principio puede parecernos. Todas las preguntas, accesibles. Todas las respuestas al alcance.

Sin embargo, la realidad nos sigue resultando a menudo un enigma que descifrar, un complejo jeroglífico cuyos signos e idiogramas se muestran ininteligibles.

Tal vez la dificultad para acceder a la comprensión está condicionada por nuestras limitaciones, que no son nucleares sino aprendidas. El atender excesivamente a la mente denostando otras vías de percepción. El haber perdido sensibilidad quedándonos fijados en lo denso y anulando así lo sutil. La adicción a un continuado y a menudo ensordecedor bombardeo de estímulos. El enganche a los modos y maneras de una civilización basada en el logro, en tener y que se note, y en su defecto, en aparentar. La lealtad ciega a un linaje que no pudo hacerlo de otra manera. El miedo a ser diferente por no saber cómo se vive así ni a dónde va a llevarnos…

La Vida es sin duda un Misterio pero mi sensación es que a cada paso va desvelándose con prodigiosa elegancia, mostrando las conexiones que subyacen y sostienen todo el entramado a medida que me voy abriendo a recibirlas, con humildad y también consciente de que yo hago parte de esta grandeza, poniendo en valor cada detalle y valorándome a mí, sin comparar, sin poner a nada ni a nadie por encima o por debajo. Cada elemento en su justo lugar, con su justa función y con todo su mérito.

Presiento que llegará un instante en la vida de cada ser en el que toda la información se nos revele íntegra, de una vez. Que nos veremos inmersas en un caleidoscopio de magnitudes siderales donde de manera simultánea todas las conexiones se desplegarán frente a nuestra prístina comprensión y todo, absolutamente todo, nos hará de pronto pleno sentido.

Intuyo que ese momento sea el de nuestra Muerte. Una vivencia espontánea de claridad total. Un soplo infinito y atemporal de consciencia. Por eso morir, en principio, no me asusta. Tampoco lo anhelo. Sé que voy a llegar un día y sí quiero que ese momento me descubra abierta, permeable, clara y sensible a todo lo que me traiga. Empaparme de ello como me impregno de vida. Ojalá que pueda. Ojalá que así sea. Y si no alcanzo qué hermoso tener otras oportunidades para volver y seguir experimentando esta aparente incógnita que es la existencia, una obra grandiosa que lo es también porque contribuimos a ella.