En ese espacio de duermevela, cuando mi conciencia se debate entre el reino del inconsciente y el de la inmediatez más cotidiana, justo en ese sutil intervalo espacio-temporal carente de espacio y de tiempo, el maestro se me aparece y me dice : «¿a qué estás esperando?»
Lo veo mucho más joven, y más delgado. Brilla. Sus facciones son las mismas, preciosas, su sonrisa cálida e infinita. No me increpa, no me riñe. Siento el abrazo de un padre que me ama como soy, pase lo que pase.
No acabo de creer que aquello va conmigo. Así que me mira fijamente y yo me sorprendo. ¿Por qué a mí, por qué yo si no soy nadie, si soy irregular en mi práctica, si a veces ni siquiera entiendo con el corazón tus enseñanzas?
Entonces comienza a dirigirse a mí en mi idioma. ¿Desde cuándo hablas español? Le pregunto. «Desde siempre» me contesta, «y solo vengo a decirte que tú y yo somos lo mismo, exactamente iguales, la misma conexión y la misma acción. No hay diferencias entre tú y yo. Estoy contigo y siempre lo estaré, como tú estás conmigo siempre. No hay apuro. Vas bien. Es por ahí. Sigue. Soy el mismo que habla en otros idiomas, con otras edades, desde otros cuerpos. El que repite lo mismo de maneras distintas para que el mensaje se expanda y llegue. Igual que lo hicieron otros antes, como tú lo haces ahora. Es todo perfecto.»
Quisiera seguir hablando con él pero se ha esfumado. Creo que la excitación me sacó del trance pero tengo esta perla vivenciada para dejarla que brille y me recuerde cada día la luz que ya soy, ésa que todas llevamos prendida en nuestro interior.
Un sentimiento de paz y de cálido amor me recorre. Sonrío y me entrego al sueño.