Hago parte de un grupo de gente en una especie de reunión de amigos, departiendo relajadamente al atardecer en una terraza al aire libre. De pronto te presiento en la distancia, aunque me extraña que estés por aquí, y entonces te veo aparecer a lo lejos. Te sigo con la mirada mientras te acercas directo a mí y percibo tu intranquilidad. Salgo del grupo para acogerte con algo más de intimidad. ¿Qué te pasa? Te pregunto. “estoy angustiado«, me dices, «no sé si puedo solo«. Claro que puedes, te contesto, no estás solo, nunca. Sabes además que siempre puedes contar conmigo. Me miras fijamente con ojos húmedos al borde del llanto como cuestionándome: «¿de verdad? ¿Siempre?» Siempre es mucho tiempo, sí, sobre todo para alguien que jamás ha experimentado la confianza plena en nadie, que nunca ha podido contar del todo con nadie. Imagino que no me crees, aunque soy sincera al comprometerme, aunque siempre es también para mí una palabra muy grande. Se te olvida que ya me vi a los pies de tu cama en nuestra vejez, atendiéndote y cuidándote en tus últimos días, que te cuidaré hasta el final si no tienes quien lo haga, que acudiré donde estés o te traeré a casa para velar por ti aquí si no tienes un hogar donde quedarte, que mi casa siempre será la tuya si lo precisas.
Te digo todo esto con la mirada mientras tu respiración alterada se va relajando y entonces me sorprendo ante el cambio lento pero imparable que se va dando en tu rostro. Tu pelo negro y abundante se va tornando canoso, va disminuyendo mientras se puebla tu barba de espesura gris. Las arrugas recorren tu frente y tus ojos y entonces son los míos los que se llenan de lágrimas. Me doy cuenta de que te has transformado en tu padre o en alguien que se le parece mucho, que siempre te has parecido tanto a él, más de lo que te hubiera gustado, y temes tal vez acabar como él lo hizo, que te aterran la soledad, la enfermedad y la muerte.
Me conmueve profundamente verte así y ver a tu padre en ti. No sé si yo envejecí de golpe también. Me miro las manos mientras sostengo las tuyas y me parecen las mismas, iguales a como las vi esta mañana al levantarme. No quiero que tú envejezcas de golpe y quedarme yo en este presente actual, que te veas así y te impacte o trastorne el cambio. Pero tampoco puedo protegerte de todo ni ocultarte lo que es obvio. Me digo que es suficiente con amarte y estar disponible aquí para ti, al menos, aquí, cuando lo estás necesitando. Esto puedo ofrecértelo de corazón.
«Te necesito, no me dejes, por favor. No quiero estar solo«. Parece que nos leemos el pensamiento, que las ideas que nos inundan se comunican entre ellas libremente. No quiero que me necesites y no voy a abandonarte. Estoy y estaré, como puedo, como me sea posible. Eso es lo que significa que puedes contar conmigo siempre. No es hablar por hablar. Es mi forma de decirte que te amo. Como te amé desde el primer instante en el que se encontraron nuestras miradas. Tú también llorabas y yo también me conmoví al verte. ¿Cómo se puede amar al instante a alguien desconocido? No lo puedo explicar desde la cabeza pero es posible. Fue y sigue siendo real el sentirme tomada por un amor tal que elimina la sombra de toda duda para dotarme de paciencia plena y de comprensión total, derribando cualquier sesgo de juicio para descansar en la compasión y la ternura.
Entonces sonrío y tú me sigues. Te abrazo y te aferras a mí. Te sostengo y tú confías. Veo también que mi ego se cuela satisfecho. «Por fin admites que me necesitas, que necesitas a alguien porque solo no es todo tan estupendo como te empeñabas en vender y que es a mí a quien vienes a buscar. Por fin. Después de tanto tiempo das tu brazo a torcer, te rindes a la evidencia de que son estos vínculos los que nutren y sostienen, que a tu manera es verdad que me amas. ¡Cuánto tiempo ha pasado para recoger este fruto y cuánta rabia, tristeza y frustración me he tragado para digerir tu rechazo!»
Has sido un gran maestro. Lo sigues siendo. Tengo la sensación de conocernos desde siempre y a la vez te siento extraño e indescifrable por momentos. Te pones inaccesible detrás de tu muralla de piedra, frío y distante, protegiéndote no solo de mí y de lo que yo traigo sino también del mundo, de la Vida. Dudo que alguien te conozca realmente, que llegue a ti de verdad, porque tú no te muestras. Querer llegar a ti, necesitarte incluso ha sido agotador y desafiante. Así que en parte me he rendido. Cuidarme se ha vuelto más importante que ir tras de ti, tras de nadie. ¿Tal vez por eso ahora eres tú el que me buscas?
Podemos amar al instante cuando hemos experimentado el Amor real y éste se instala en nosotros; aunque sigamos distrayéndonos a veces con sucedáneos (natural, es lo que hemos aprendido), hay un poso que ejerce su efecto y está desplegando su magia desde las profundidades de nuestro ser. Podemos amar al instante porque nadie nos es ajeno, porque somos partes de un mismo todo que se percibe unidad a pesar de este espejismo de separación.
Ahí es donde te veo, donde nos seguimos encontrando, a pesar de la distancia abismal que nos separa. Incluso si no volvemos a vernos jamás. Algo tira de nosotros hacia este punto en el que nos seguimos abrazando, acompañando, sosteniendo.
Yo ya no te necesito. Simplemente te amo. Deseo lo mejor para ti.
Que seas feliz, que estés bien.