Sí, he parado bastante estos días. Lo suficiente para descansar, enfermarme un poco, asustarme, limpiar lo interno que andaba mohoso, darme cuenta desde la inacción de aquello en lo que tiendo a enredarme, engancharme, entretenerme… Está dando para mucho la parada.
¿Qué pasa cuando freno y suelto, cuando digo que no y renuncio para quedarme conmigo y en mí, sin nadie, con nada que hacer? Después de la molestia inicial de los fastidiosos síntomas llega la calma. Una calma pasmosa que parece haber emergido de ninguna parte conocida y que sin embargo reconozco claramente como mía. Viene de dentro, de las profundidades de mi esqueleto e incluso desde más allá.
Cierro los ojos y me maravillo ante su liviana densidad. Lo ocupa todo, lo llena todo, lo envuelve todo con esa cualidad nutricia, de penitud. Abro los ojos y sigue aquí, permanece, no se diluye como una ensoñación. Es real, tangible en su inmaterialidad.
De pronto veo muy claro cómo me identifico con hacer y con obtener resultados, cómo pongo mi valor en eso, de manera que si no hago o hago sin obtener los resultados deseados, no valgo. ¡Qué cansado vivir así y qué falacia! ¡Qué frenesí permanente! El deseo es infinito, interminable, ilimitado. Uno lleva a otro y éste a otro más y a otro. Jamás es suficiente. Nunca se colma.
Van cayendo como velos mis ilusiones, hijas de una fantasía insaciable. Ideas, proyectos, planes, vínculos… Se vienen abajo y me voy quedando yo conmigo, en los huesos casi, contactando con esta nueva yo madura que voy abrazando, una que anhela espacio de intimidad consigo, contemplación, descanso, hacer lo que le sale del coño, aunque no esté bien visto ni aceptado socialmente (decir coño y hacer lo que a una le sale de su florido coño tampoco lo está), aunque sea molesto en principio estar afuera sabiéndome ahora en este lugar tan distinto. Pero cuanto más practico, mejor me siento. Mi fuerza y mi arraigo vienen de dentro.
Veo también cuánto me he callado, cuántas veces he optado por encajar y complacer en contra de mi deseo o de mi necesidad, así que ahora ando en decir lo mío, en ponerme clara, genuina, espontánea, todo lo que puedo de momento. Si a alguien no le gusta o se decepciona asumo que se puede molestar o alejar. Yo quiero estar agusto en estos huesos míos, honrarlos a cada paso, y que siga cayendo todo lo que tenga que venirse abajo. Sea lo que sea.
Y esto también emerge novedoso: hacerle espacio internamente a la posibilidad de que instancias antes imprescindibles para mí y que me angustiaba ver tambalearse ahora pueden venirse abajo o desaparecer. Dejo sitio a esa opción y veo que no pasa nada, que no me disuelvo, que la Vida continúa su curso sin eso que tan vital me parecía. La Vida avanza siempre, por encima y a pesar de todo. La Vida no para. ¡Qué tranquilidad!
Así que no tengo que esforzarme tanto, no hay nada que lograr, la Vida ya es. Reconozco ahora con nitidez la naturaleza de mi ego deseante y el silencioso sosiego de mi ser.
Sé que ya he dicho esto, o algo parecido, antes, en otras ocasiones, en otros foros o de otras formas. Sé que me repito. Es la única manera que conozco para aprender y crecer. O tal vez no sea la única, sí una valiosa y que funciona, una que emerge natural en mí. Puede que porque yo necesite más intentos, más tiempo, mayor luz. Puede que alguien me tache de torpe, de lenta, de floja. ¡Qué más da! Son solo etiquetas, y a todas se las lleva el viento, o el tiempo.
Descubre más desde lamujerinterna.com
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.