Sola, sin planes ni obligaciones, sin prisa, calmada, desnuda entre las sábanas siento la suavidad de mi piel, su aroma y textura en diferentes partes de mi cuerpo. Hace tres horas que desperté y sigo sin ganas ni necesidad de abandonar este lecho que me acoge y este cuerpo mío abundante y pleno.
Mi cabeza intenta interferir con listados de lo que podría hacer si me levanto, y le digo que la escucho y que de momento nos quedamos donde y como estamos, que esto es lo único ahora. La alimento un poco con alguna música, escribiendo aquí, leo los mensajes que han llegado, y se calma.
Retorno a mi cuerpo y a sus sensaciones, exploro mi placer y mi respiración. Siento la vibración de mis genitales y su incursión interna hacia la profundidad de mi vientre. Visualizo la flor con todos sus pétalos abriéndose exuberante y generosa.
Tanta belleza, este estar en mí y conmigo sin agenda ni juicio, la calma, el descanso, el gozo. Cuerpo, sentidos, sensaciones, presencia, entrega, aceptación, abrazo, apertura, flexibilidad, disfrute. Toda expectativa fuera de esto que describo se diluye al más mínimo atisbo de objetivo. El único objetivo soy yo y estar en mí.
Retorno a casa, al hogar que soy, una y otra vez. Me maravillo ante el brillo de esta prosperidad callada, invisible, casi imperceptible y tan real a la vez, que me delimita y me inunda. La encarno cuando camino por la vida y en mi interacción con el mundo. Soy consciente de que la irradio cuando me acerco con amor y sin miedo a un animal desconocido apreciando su belleza y recibiendo cariño por su parte; cuando los niños me hablan y los adultos me sonríen; cuando veo arcoiris en mi caminar y disculpo las afrentas del que no se da cuenta que las ejerce; cuando el hambre es física y la nutrición toma cualquier forma, también la intangible; cuando mi respiración se alarga y puedo ver más allá del límite de mis ojos; cuando jamás me siento desnuda ni desamparada porque la confianza en la Vida me viste con los ropajes más hermosos y confortables que jamás haya llevado; cuando puedo escuchar limpia y me puedo expresar desde una clara honestidad; cuando soy todo lo genuina que mi carácter me permite, sin tensión ni contención, con espontaneidad y ligereza.
Dichosa de ser yo, de estar en mí, agradecida, en paz. Desde aquí todas las fantasías de soledad y vacío se transforman en moléculas de amor vivo. El éxtasis puede tomar también la forma de una suave ola que acaricia y envuelve sutilmente la realidad que me circunda y de la que soy parte. Un delicado rubor, delicioso, tenue, vaporoso en esencia. Un deleite sensorial y del alma, esa sustancia espiritual que somos y que vive eternamente.
El tiempo transcurre y a la vez deja de existir mientras sigo sumergida en este estado oceánica de serena y plácida plenitud. Sé que va a pasar, cuando sea, y que volverá la confusión, el anhelo y el deseo con sus oleajes y tormentas. Pero aquí y ahora soy esto, está en mí, yo conecto con ello y lo despliego. Conozco el camino y no necesito guía ni permiso para acceder.
Las puertas del paraíso están abiertas de par en par. Siempre.
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