Me recojo en casa. Atiendo al frío afuera, la lluvia, el cielo apagado. Recompongo mi espacio. Más cómodo, más cálido, con todo lo que puedo precisar a mano. Me rodeo de todos mis objetos de poder: tambores, maraca, sonaja, piedras, figuras, imágenes, amuletos, incienso, flores. Me siento a meditar en mí, conmigo, sobre mí y sobre esta vida, aquí, ahora.
También me asalta ayer y mañana. Aún hay asuntos a los que me quedo pegada y que han caducado. Aunque sigo sintiéndolos como actuales. Me incomoda seguir enganchada a ellos. Quiero soltarlos, dejarlos atrás, trascenderlos. Y no lo consigo. La voluntad por sí sola no es suficiente.
Respiro. Respiro el dolor que me generan. La incomodidad que me producen. Respiro mi incapacidad todavía para disolverlos. Respiro en humildad, en paciencia y compasión hacia mí misma. Respiro confianza: en mí, en la Vida, en el proceso. Respiro sabiendo que todo tiene sentido aun cuando yo no soy capaz de verlo. Respiro y con cada respiración me ablando por dentro. Y descanso.
Se puede reposar en la tiniebla. Encontrar un espacio donde cobijarme en la oscuridad de mi invierno. Es posible. Incluso confortable y acogedor, una vez que he atravesado miedos y resistencias. «Más allá del miedo solo hay amor». Esa certeza que el bosque oscuro y el cielo estrellado tras la lluvia susurraron a través de mí aquella noche de soledad acompañada en el monte. Un rito de iniciación inolvidable.
Recapitulo. A un paso de cumplir años. Dejando atrás ya la parafernalia de la juventud. Reconociéndome en estos ropajes de nueva madurez. Veo que he tenido el pellejo para bajar a lo profundo desde siempre. He podido atravesar varios infiernos. Los he habitado sin escaparme, sumergiéndome en ellos, mirándolos a la cara y viendo mi oscuridad en su reflejo. Me he empapado de ellos. Me he retorcido. Los he agradecido y he resurgido con trozos de piel renacida. Aún me cuesta a veces reconocerme en este traje.
Escribo. Me expreso. Saco. Movilizo. Limpio. Me deshago de lo que ya no sirve. Hago espacio. Ventilo. Perfumo. Cocino. Creo. Cuido. Me nutro. Escucho. Espero. Canto. Saco la voz. Digo que no. Que sí. Permanezco en silencio. Sigo a la escucha. Tomo decisiones. Hablo menos. Hago menos. Me encarno más. Atiendo a mi cuerpo. Bailo.
Me visto de negro. Mi torso, mis piernas, mis ojos. Saco a mi cuerpo a bailar, a mi alma a danzar, a mi espíritu a volar. Libre. Sin pensamientos ni juicios. Sin restricciones. Me muevo. Me transformo en la serpiente que mi Gran Madre es. No importa si aún me escollo, si luego hay molestias. Materializo esa aptitud y presencio mi gozo, mi fuerza y mi coraje. El poder de los tambores resuena en mi vientre y en mi pecho. Siento la Vida latiendo en mí. La Vida soy yo. Con una potencia que no admite discusiones. Es. Me entrego a esta danza sin reparos, modulando el ritmo y la intensidad para acomodarme. Y seguir. Y parar. Extenuarme. Gritar. Reír. Llorar. Gozar.
Me pregunto por el surco que el disfrute ha dejado en la historia que me precede, por el sentido que el placer tiene en mi vida, cómo ha sido y es para mi madre, cómo lo vivieron mis abuelas, mis bisabuelas, las mujeres de mi linaje, qué me han transmitido y cómo lo materializo yo en mi día a día. Me confieso y me concedo que quiero gozar y ser placer, sea lo que sea lo que mi árbol me ha legado. La semilla esconde el germen del disfrute y honro su naturaleza en cada gesto que me trae gozo real. Me sumerjo en cada uno como en un ritual, vehículo de autocuidado, conexión con mi deseo, felicidad y plenitud. Sin culpa. Sin vergüenza. Sin pereza. Con valentía y generosidad.
Vuelvo a mi cueva, al descanso. Sigo en la escucha. Las demás mujeres que van conmigo, que vamos juntas trazando senderos paralelos. Hermanas del camino, de tantos caminos. El pueblo de las mujeres, dice una de ellas que habla desde otras tierras. Agradezco. Me doy cuenta de la vibración que la Gratitud genera en mí. De mi templanza. De la claridad que vislumbro en este invierno frío. Poder discernir sin atascarme en la mente. Poder ver, aunque no sepa qué o cómo hacer. Poder ver y quedarme en eso porque ver ya es suficiente.
Habitando este inframundo que ahora empiezo a transmutar en paraíso. Convirtiéndome en soberana de este reino oculto tan mío, tan valioso y tan hermoso como el otro que siempre estuvo a la vista. Recibiendo sus bendiciones en todas las formas que tan generosamente presenta. Comprometida con mantenerme en esta actitud de genuina aceptación.
Aquí estoy. Ésta mujer soy.