Cerrar una puerta para luego abrir otra, así no me arrastran las corrientes de aire. Reconstruir algo nuevo en el mismo lugar pero desde otro sitio.
Ponerme más clara, probando cómo es eso de transparentarme. Valorando todo lo que sí hay en lugar de fijar la mirada en lo que no está.
Abrazar los cambios internos, mirando de cerca mis fantasías, soltándolas, entrando en duelo al dejarlas ir, aceptando lo que es, lo que hay y el vacío que dejan cuando se van.
Darme cuenta que sin dejar ir lo añejo que flaco servicio me presta, poco espacio tengo para lo nuevo que aún quiero explorar.
Atenta a mi cuerpo, a sus mensajes y pedidos. Afinando mi instrumento y descubriendo cómo suena, qué lo hace vibrar, sin forzarlo a nada que no le apetezca. Lo que dice es Ley.
Darle espacio a mis ideas, visiones y pálpitos. Sentirlos verdaderos, genuinos y certeros. Darme cuenta que el error no existe, que todo entraña aprendizaje y que hacerme caso me alimenta.
Ver muy claro que el amor es una cosa y el apego otra, y cuántas veces lo he llamado amor cuando en realidad ha sido y sigue siendo puro apego.
Intuir, aunque me moleste y me duela, la dependencia que subyace y late por detrás y mi dificultad para desprenderme también de ella.
Agradecida y sintiendo cómo la transformación sigue atravesándome. A dónde voy no es tan importante. Lo valioso es el camino.
(Imagen de Álvaro Parada)