La burbuja no explota de golpe. Se le van abriendo grietas poco a poco, desde el principio. Aunque yo no las vea porque el brillo que genera es demasiado atractivo, envolvente y mágico, aunque yo haya preferido obviarlas, las grietas ya estaban ahí. Todo el tiempo lo estuvieron. Soy yo quien decido no verlas, desde un lugar medio inconsciente quiero no mirarlas ni atenderlas. Hacer como que no existen. Engañarme. Elijo quedarme en la sutil iridiscencia que destila la esfera que me envuelve y en ese calor magnético que emana. Es fascinante, efervescente, tentadora. Una fuerza de desconocida potencia que se me va revelando todopoderosa. Energía de vida en acción, libre de condicionamientos, creadora de placer, de alegría y disfrute. Una marea pausada y constante de libertad que recorre mis arterias y conductos inundando cada recodo de mi ser. Bendición, medicina, magia.
Y trampa.
Las grietas se van ensanchando con el paso del tiempo, van tomando formas tan evidentes como inevitables ya. Silencios que ocultan algo que no sé aún qué es, frialdad, distancia, superficialidad, puede que incluso mentiras, sensación de vacío, vulnerabilidad a flor de piel que procura ponerse a salvo y se arma por momentos, evitar miradas, llenar el espacio de cualquier cosa, desconfianza, decepción, expectativas que se desmoronan, fantasías pegajosas se derriten bajo unos pies tan desnudos como cansados, tristeza, sensación de soledad, sentirme tonta, absurda, incapaz, dolida, sentir el dolor en mis fibras y ese temblor antiguo recorriéndome todo el cuerpo desde dentro hacia el exterior…
¿Qué me duele? ¿A qué le tengo miedo? ¿Quién soy yo y quién eres tú? ¿Qué estamos haciendo y a dónde nos lleva todo esto? ¿Qué más estoy dispuesta a poner en juego?
Tengo muchas preguntas y parece que me quitas el derecho a hacerlas porque quieres no hablar de esto. No a hablar de esto. No a la sangre. No a aguantarme cuando estoy mal. ¿Cuántas más puertas cerradas a cal y canto hay en los pasillos de tu alma, cuántas negativas, cuánto ocultamiento despliegas a diario y cuánta verdad reside en lo que estamos compartiendo?
Me dejo atravesar por todas estas preguntas que quisiera lanzarte a ti. Las dejo que me habiten. Si nacen de mí tal vez encuentren en mí sentido. Y respuestas. No las tuyas, claro, solo las mías. Puede que sean las únicas que necesito.
La burbuja ya no existe. Tampoco su luz irisada ni la calidez que despedía. En su lugar queda un tono apagado, sórdido, un frío en los centros. El temblor se ha calmado. La angustia cesa. A veces se me agarra a las tripas como un bicho hambriento y me duele, alojada en el vientre como está encuentra los órganos a los que adherirse, la sangre de la que nutrirse. La sangre alimenta, sí, y limpia. Sin sangre no hay vida. Y cuando pasa el dolor percibo el poso de tristeza como una manta pesada e infinita que lo cubre todo y me asfixia, no puedo zafarme de ella y parece que me falta el aire. Dejar de respirar es dejar de vivir, lo sé bien, lo he sentido. Y yo quiero vivir. Puedo vivir sin ti, con el dolor, con la tristeza. Pero me es imposible vivir sin mí. Sangre, aire, vida.
Así que me quedo en mí. Cada vez que nace otra duda, cuando las tripas se me retuercen, si viene el miedo o la tristeza me desborda. Lo acojo todo en mi seno. Soy una gran madre amorosa y paciente que todo lo abraza porque nada de lo que aflora en su criatura le es ajeno. Todo pertenece y no hay prisa por hacerlo desaparecer. Hay sentido, aunque a veces cueste hallarlo, y espacio para que emerja la verdad.
No hay burbuja ya, no. La burbuja, aunque hermosa, es pura fantasía. Ahora hay madre en lugar de burbuja. Una madre enorme de carne y hueso, vestida siempre por dentro de gala con su manto encarnado de sangre insuflándole vida a todo. En ella me dejo caer, todo mi peso en sus brazos, todo mi ser en su regazo. Respiro. Descanso. Lágrimas brotan de mis ojos y me recorren. Es sanador llorar en presencia de alguien que puede sostener mi llanto. Y eso que me sana me pone fuerte. Ya soy fuerte. El amor de esta madre omnipresente me muestra mi fortaleza. Fortaleza y vulnerabilidad van de la mano, juntas siempre, no existen una sin la otra.
Desde este paraíso interno que es real te miro de nuevo. Miro lo que creo saber de ti, lo que hemos vivido, esto que nos pasa, lo que atravesamos. Miro tu dolor también, o al menos lo intuyo. Miro lo que no muestras y al mirarte así me duelo por ti también. Es la misma tristeza, honda, profunda, parece no tener fondo. La cubro con este amor. ¡Cuánto te amo! Respiro, descanso, como mi gran madre me ha mostrado que sé. Siento el amor que somos, me conmuevo. Quiero que llegue a ti, que sepas tú cómo llegar, que vengas, que te quedes, que puedas también entregarte a la paz que el amor incondicional genera. Que vuelvas a casa. Que estés bien. Que seas feliz…
Pero de pronto, un pinchazo afilado… Me doy cuenta que, aunque tu ser lo anhela, tú estás en otra. Que buscas más fuego, más brillo, más. Tú quieres atarte al deseo, vivir en la fascinación de los reflejos, alojarte en la intensidad.
Veo esto y se me hace un nudo en el pecho.
Tú quieres la burbuja.
Y yo ya no estoy en ella.
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