Qué miedo me da este abismo. Qué vértigo. Cómo es de afilada la sensación de inseguridad y malestar que me toma cuando contemplo la posibilidad de venirme abajo, de que toda esta estructura que parece sustentarme se derrumbe de repente dejándome en vacío, desmoronada y sola, habiendo además destruído a mi paso paisajes ajenos tan familiares como queridos.
¿Cómo puedo dañar a quien amo? ¿Cómo voy a asumir ese daño? ¿Cuánto pesa la traición y cómo es posible encajar esa carga?
Me duele el miedo. Me duele el dolor que puedo causar con mi tornado. Me asustan las consecuencias y la certeza de que una vez ejecutado el movimiento ya no habrá vuelta atrás.
Atiendo a estas sensaciones, me anticipo en mi cabeza a los posibles escenarios que mi fantasía consigue proyectar, les doy forma y me dejo sentir cómo sería. Un desastre. Horrible. Caos. Sufrimiento. Ira. Culpa. Tristeza. Lágrimas…
Dejo que pasen los días y me atraviesen las posibilidades, y sin proponérmelo comienzo a vislumbrar nuevas imágenes. Puertas que se abren, umbrales que se manifiestan, alas y plumas, un bosque de mullidos arbustos que me acogen y transportan, un sendero que lleva a un río, un brebaje mágico bebido en tribu, tambores que laten como corazones vibrantes al ritmo de la tierra, danzantes descalzas que se retuercen entregándose a sus cuerpos en comunión con la música, amor encarnado en personas que se encuentran y se reconocen, vínculos que se generan o se fortalecen. Crecimiento. Entusiasmo. Alegría. Disfrute. Placer. Descubrir nuevas formas de desencontrarnos para encontrarnos desde otro lugar. Construir eso nuevo que se abre como una flor. Ilusionante. Ser valiente. Ser honesta. Ser amor…
¿Cómo no entregarme a todo eso? ¿Cómo dejar de explorarlo para quedarme atrapada en la comodidad y la seguridad de lo conocido? ¿A quién traicionaría entonces? ¿Qué tipo de dolor generaría?
Ambos escenarios, con sus posibles ramificaciones, son viables y reales. Existen en mí y en algún fragmento de este multiverso de infinitas versiones donde todo se da simultáneamente. Aparecen los mensajeros con sus espejos desplegando claridad y me voy tranquilizando al recordar que lo que me mueve es genuino y limpio, que una fuerza conectada a la Fuente es la generadora de ese impulso movilizador que me guía y que su raíz está en el Amor.
Así que confío. Recuerdo que puedo confiar. Que es imprescindible y que de hecho lo hago. Confío. Confío sin esfuerzo, sin empeñarme. De verdad lo vivo. Y confiar lo cambia todo, aunque aún no lo haga todo el tiempo, aunque aún me asalte el miedo.
Confío en que encontraré el cómo, el cuándo y la manera. Que se dará de forma orgánica y que podré transmitir lo que anhelo. Confío en que el impacto se verá amortiguado por la presencia, la verdad y el amor. Que el miedo, el dolor, el enfado y la tristeza serán el sustrato de sentimientos más elevados y profundos que están por darse a luz. Que yo solo tengo que hacer mi parte, nada más. Solo lo que me toca. Que no nos quedaremos pegadas a las heridas de nuestros pequeños yoes sino que podremos alzar el vuelo por encima de todo pronóstico. Tan alto tan alto volaremos que la visión se expandirá hacia confines jamás imaginados por la estrechez de nuestras mentes. Y alcanzaremos la dicha, un estado de felicidad y satisfacción plenas, el hogar que nos espera a todas y el sentido del camino.
Descanso aliviada, al menos por ahora. Veo esperanza, veo luz, me siento clara, con este valor incipiente que me va tomando por dentro. Voy a encontrar la manera, y el momento. Va a darse. Un día de estos.
Seré capaz.
Y estará todo bien.
Todo es perfecto.
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