La destrucción y la creación están sucediéndose sin descanso, afuera y dentro de mí. El amor y el miedo. La luz y la oscuridad. El infinito y el vacío. La vida y la muerte. En ocasiones estas realidades son tan evidentes y palpables que me rodean y me sumerjo en ellas con claridad. Otras, no logro comprender qué me está sucediendo, dónde estoy, en qué ando. Es entonces cuando formas y figuras de tradiciones distintas se hacen carne para facilitarme una explicación.

La imparable fuerza y la fiereza de Kali, compasión y aniquilación; la danza cósmica de Shiva, preservación y disolución; Nataraja, el señor de la danza, como el universo, siempre en acción, a veces frenético y otras pausado; Sachamama, la serpiente sagrada, reptando la tierra en silencio, maestra en mudar la piel y darse a luz a sí misma tantas veces como sean necesarias, dejando atrás lo caduco sin apegarse; la hechicera, madura y sabia, acechándome sonriente entre la maleza; el Buda, un hombre terrenal que creció en la abundancia y renunció a ella para descubrir qué late detrás de la enfermedad, la vejez, la fealdad, el sufrimiento y la muerte, alcanzando la liberación eterna; el colibrí, tan pequeño, tan veloz, tan bello, alegría de vivir, gozo, disfrute, placer, creatividad, fuego que consume lo ilusorio; el mandala, lo infinito y lo impermanente dándose la mano y entrelazándose; el loco, explorador inocente, curioso y libre; Afrodita, diosa de la belleza suprema, del amor y la pasión; Deméter, diosa madre, tierra, exuberancia; Inanna, diosa del amor, el sexo y la belleza, que baja al inframundo para enfrentarse al poder destructor de su hermana y muere para Renacer a una vida más plena y poderosa; Jesús de Nazaret, revolucionario, valiente, estandarte de la consciencia, conocedor del amor divino y del humano, esperanza en una resurrección interna al alcance de todo mortal; María, madre, ejemplo de fe, entrega y confianza, de que el dolor más grande puede ser atravesado y sostenido…

Metáforas que me muestran mi condición humana y apuntan también a mi esencia divina. Me invitan a vivir con los pies en la tierra y la mirada en el cielo. Unifican contrarios y me animan a poblar la unidad. Instancias dichosas y dolorosas que hablan de lo mismo y señalan tanto el carácter ilusorio como la raíz de la Verdad.

No sé si es posible para los seres humanos vivir ajenos a las historias y a sus personajes cuando hacen parte tan íntima de quienes somos. A mí me prestan un valioso e inspirador servicio, nutren mi vida y me sirven de apoyo, pues el camino que han recorrido es el mismo que ahora recorro yo.

Es imposible tener más y mejores guías.


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