Hace unos días fui a danzar en libertad, movida por la alegría habitual que me lleva a ese espacio. Me había perdido el encuentro anterior, me faltaba impulso para entrar en movimiento unos días después de la muerte de nuestro querido amigo felino. Así que esta vez iba con ganas de reencuentro con la tribu y con la música, con la energía femenina que cuida, nutre y sostiene este espacio y por primera vez también la de una mujer a los platos guiándonos el viaje sonoro.
Al entrar, sin embargo, me sentí extraña, desubicada, nerviosa. Escaneaba en mi cabeza las posibles razones y no encontraba explicación. De pronto, una vez iniciado ya el viaje y después de elevarme a la vertical, me llegó la respuesta cristalina: «danza tu duelo, el dolor, la tristeza; danza tu rabia, tu soledad, el miedo. Baila todo eso que históricamente te ahoga y que se queda pegado entre tus tripas, agazapado en el cuello. Sácalo todo. Suelta».
Entonces comencé un recorrido bizarro por emociones y sensaciones corporales varias que aparecían, se manifestaban y se disolvían sin demora. La naúsea, el asco, perder el control, el equilibrio y el ritmo, tristeza, llanto, cansancio, ira, grito, temor, dolor físico, tensión muscular, querer escapar y quedarme, sostener la incomodidad, descansar, estirarme y de nuevo conquistar la verticalidad con movimientos que, aunque nacían de mí, me resultaban tan nuevos y extraños que parecían ajenos.
Pasaron varios días donde seguí conectada a la tristeza y al miedo, y me parecía haber alcanzado el culmen del torbellino de malestar desvelada una noche, despertando luego angustiada por la mañana, sintiéndome incapaz de abordar ciertos actos cotidianos, sobrepasada por actividades en principio placenteras, anhelando sólo quedarme en casa recogida, conmigo, en calma, atendiendo a lo que se despliega y acogiéndolo sin concederle demasiado espacio a buscar respuestas ni dejándome atrapar tampoco por lo que se revela. Sin exigencia ni expectativas.
Una subida de ansiedad que alcanza un pico máximo y después, una vez vivenciado y atravesado ese malestar, se va diluyendo su intensidad para quedarse en un halo de miedo y tristeza atenuados que lo envuelven todo. Tengo la sensación de que algo puja por salir, por mostrarse, algo íntimamente conectado con el dolor por las pérdidas, las mías y también las que me precedieron, como una herencia macabra y pegajosa a la que no consigo renunciar y que hace las veces de lastre paralizador.
Tengo que aprovechar los espacios de claridad y calma, de fortaleza e impulso para quitarle poder a esta carga que llevo anudada al vientre y al pecho. Ir deshaciéndome de ella como vaya pudiendo, porque seguir arrastrándola me resta libertad y capacidad para ser feliz. Renuncio a este legado intoxicado, renuncio a lo que no me pertenece y de lo que no quiero hacerme cargo para atender solo lo que sí es mío. De eso me puedo ocupar.
No sé del todo cómo voy a hacerlo pero ahora me basta con dar el primer paso, confiando que ése me llevará al siguiente y éste a otro. Y así, paso a paso, como decía el poeta, se hace camino al andar. «Golpe a golpe, verso a verso».
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