Existen realidades invisibles por naturaleza y otras invisibilizadas de forma artificial.
Las segundas se pueden convertir en invisibles a base de repetición, de instaurar aprendizajes condicionados o creencias impuestas y mantenidas durante generaciones, por tradición, por costumbre, por tendencia, porque me lo enseñaron en casa, porque así es como lo hacían mis abuelos, mis bisabuelos… Por lealtad.
La sangre, las heridas lacerantes, el dolor íntimo, el duelo, la muerte me parecen ser realidades invisibilizadas en esta cotidianidad nuestra del siglo veintiuno, tan tecnológica y ocupada, tan aséptica, tan centrada en el hacer-tener-parecer.
A raíz de mi último y más reciente duelo, reviso mi historia y veo como esa cualidad de lo invisible ha tenido siempre un lugar de privilegio, de cierta relevancia, aun a mi pesar e incluso sin ser yo consciente de ello.
Primero, porque he aprendido desde muy niña a invisibilizarme yo, a ocultar esos aspectos míos que sentía discordantes respecto a los que mostraba mi entorno, y segundo, a desplegar otros que falsamente hacía míos justo para sentir que podía encajar allí, que yo pertenecía.
He ocultado, falseado e invisibilizado mis tristezas, enfados, deseos y dolores. Veo que son instancias difíciles de sostener por mi sistema familiar y, en general, por esta sociedad en la que me inserto. Los he maquillado a veces, minizado, amordazado e incluso encerrado bajo veinte candados, donde nadie pudiese siquiera sospecharlos.
Pero mantenerlos ocultos e invisibles para el resto del mundo no significa que dejen de existir para mí, que no molesten o que no duelan. De hecho me parece que se intensifican en su cualidad al permanecer secuestrados, mientras yo me vuelvo más diestra en el arte de la apariencia y a la vez más fuerte también en mi capacidad de sostener, de aguantar y de seguir adelante.
Esta dudosa habilidad se me está atragantando en los últimos tiempos, me cuesta digerirla, se me indigesta, y por momentos ya no puedo desplegarla más. Es de una pesadez insoportable, me genera un cansancio innecesario y lo que es aún más significativo, me resulta de un absurdo apabullante.
Quiero hablar de mis dolores y dificultades, quiero ser capaz de mostrarlos porque yo también soy eso o más bien, ellos hacen parte de esta existencia que ahora encarno. Quiero transparentarme, caminar más liviana y genuina por esta vida, y eso aun a riesgo de dejar de parecer atractiva, interesante, eficaz para algunos, aunque me quede fuera de ciertos foros. Quiero ser verdad.
Me dolió mucho perder al amor que me llevó a ingresar en la edad adulta. Me dolió dejar ir a esos bebés que anidaron en mí por un tiempo. Me dolió aceptar que no iba a ser madre biológica de ninguna criatura viva. Me dolió verme al desnudo en mis miserias e incapacidades, reconocer la podredumbre de mi sombra. Me duele el proceso de desprenderme de tantos condicionamientos castrantes como me he tragado y que he hecho míos. Duele desenmascararme, arrancarme las caretas sin anestesia, sentirme extraña y no válida, que no me valga la piel en la que he estado habitándome. Me duele la muerte de mi querido compañero felino y su ausencia. Me duele y angustia el lugar de vacío al que me invitan todas estas vivencias y me duele la conexión directa con el sentimiento de soledad al que me transportan.
Todo eso está ahí, es real y cierto para mí, es importante. No lo he buscado conscientemente pero ha sucedido, en respuesta a un orden perfecto que me trasciende y al que ahora me entrego con máximo respeto y devoción.
No pretendo ni me apetece exhibirme, sí expresarme y mostrarme, compartirme desde donde me estoy redescubriendo. Si le sirve o le interesa a alguien, magnífico. Si no, maravilloso también, porque a mí ya me está haciendo un servicio valiosísimo. Está siendo una vía de liberación. Liberación de lo que es falso, ilusorio, engañoso en mí. Por eso, aunque lo transite con dolor y dificultad, en mi interno profundo voy reconquistando espacio, compasión, serenidad… Felicidad. Gozo. Dicha. Si es necesario pasar por todo eso que me duele para llegar a Dios, al paraíso, a Casa, que así sea.
Realidades todas estas que tal vez también son invisibles para tantos pero que, existen, están ahí, y al irradiarse de manera natural, son imposibles de invisibilizar. Así es como se cierra el círculo perfecto de otra aparente polaridad que en realidad es sólo un continuum. El de la Vida, con toda su grandeza y dificultad, con su belleza y dureza, sin principio y sin final. Eterna. Infinita. Inconmensurable.
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