La niña salvaje es puro instinto. A veces se mueve rápido, otras permanece muy quieta, atenta, escuchando los golpes de viento y el crujido de la madera en los goznes de las puertas. Cuando se echa a descansar, nada la perturba. Come si tiene hambre y se abriga cuando siente el frío. Hay realidades que la fascinan y entonces se sumerge en ellas perdiendo la noción del espacio y del tiempo. Otros asuntos no le interesan lo más mínimo y huye o los ignora cuando se interponen en su camino.

La niña salvaje busca colmar sus necesidades porque siente que en ello le va la vida. No es capricho sino pura supervivencia. No es desobediencia, es inteligencia natural, desprovista, de condicionamientos, creencias e ideas que varían según quién las emita. Lo suyo no es arbitrario, no. Es tan real, tan verdadero, tan auténtico como el correr de la sangre por las venas, como el flujo de oxígeno en el organismo. No es una interpretación ni está sujeta a teorías o hipótesis. Es diseño divino, respondiendo a una inteligencia universal y superior que busca la existencia plena de cada una de sus criaturas.

La niña salvaje danza, canta, juega, abraza cuando le apetece y dice que no cuando lo siente. Le falta destreza y experiencia pero la pureza de su intuición la guía con poco margen de error. No le parece que todos los adultos sean confiables y poder confiar es algo muy importante para seguir viva y a salvo. ¿Qué sentido tiene entonces un adulto que no es confiable? Se pregunta. Y se aleja de ellos, sean quienes sean. Ya vendrán otros que de verdad sepan y quieran de los que poder fiarse, y mientras, va aprendiendo cómo es la vida, para cuando le toque hacerse cargo sola.

La niña salvaje es feliz de una manera limpia y sencilla. Sólo precisa de un entorno seguro donde no se sienta obligada a hacer lo que no desea, donde no tenga que falsearse, donde la amen tal cual es, donde sus necesidades básicas estén satisfechas. Es muy fácil en realidad. No entiende cómo es posible que los adultos no lo comprendan y lo enreden todo con sus juicios y normas.

La niña salvaje es una parte mía y a la vez soy yo, es la niña que un día fui, que pudo manifestarse todo lo libre y genuina que fue capaz, que lo logró con contundencia un tiempo, al principio, durante ciertos momentos, y que después fue perdiendo fuerza e impulso a medida que se vio a callada, regañada, rechazada o aleccionada por los adultos a su cargo.

He tenido a mi niña salvaje amordazada mucho tiempo. Le he pedido disculpas por el secuestro y le demuestro a diario que estoy aquí para velar por ella, protegerla, cuidarla, alentarla, acompañarla y amarla en todo momento, pase lo que pase, haga lo que haga, y también cuando no hace. Ella sonríe, me abraza y gira sobre sí canturreando. Es feliz, y sentirla así me colma de gozo y me hacer ver que todos los niños merecemos ser felices, que hacer felices a nuestros niños es una cuestión urgente.


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