Para ser feliz

Soy feliz cuando soy dueña de mi tiempo. Cuando hago lo que me apetece y lo que necesito de la manera que me es natural.

Soy feliz cuando me muevo a mi ritmo, sin prisa, tranquila. Mi ritmo interno es pausado y respetarlo se vuelve un oasis de bienestar.

Soy feliz cuando estoy en contacto con lo que me motiva, eso que me moviliza, me excita y entusiasma.

Cuando soy feliz, no sé lo que es el aburrimiento. Aburrirme cuando hay tanto y tan fascinante dentro de mí y a mi alrededor me resulta un imposible.

Cuando me entrego a eso que me fascina el tiempo parece pasar muy rápido y a veces incluso desaparece, situándome sin proponérmelo en el no-tiempo o en el tiempo infinito.

Cuando estoy en ese estado accedo a información cargada de sentido que se decodifica para mí en el instante, ayudando a descifrar también geroglíficos internos hasta entonces sin resolver.

Lograr ese acceso me trae claridad, ligereza, liviandad. Me hace más libre.

Soy feliz cuando me siento libre.

La ‘realidad’ externa, social, tal y como está diseñada y construída, me aleja de todo lo que me hace sentir libre y feliz. Por eso necesito desvincularme de ella, soltar lo que me condiciona y buscar mi manera, de estar en la vida.

Es difícil a menudo desvincularme, soltar, dejar ir, retirarme, decir que no. Me quedo más sola, tocando el vacío o suspendida en él. Sintiendo el vértigo y la incomodidad de no encajar, de encarnar la incertidumbre.

Habiendo experimentado ambas formas de colocarme en el mundo, ahora, en este tiempo de transformación, de muerte y resurrección, elijo quedarme en el vacío. Ya que lo he habitado no me resulta tan abrumador y desesperante. Se ha vuelto hogar.

Mi realidad, que es interna, me llama en esa dirección. Me guía, tira de mí, me muestra cómo y por dónde. Si no atiendo su llamado, me pierdo.

Soy feliz en mi hogar. Y libre. Aquí quiero permanecer, hoy y siempre.

Yo soy mi hogar.

(Imagen de Álvaro Parada en sesión de Ecstatic Dance Málaga).