Esta mañana, bien temprano, me han despertado los sonidos de mi gato lamiendo, mascando, saboreando una de sus víctimas.

Me incorporo, en parte horrorizada, y lo observo, inmerso como está en su gustosa tarea. Sé que me va a tocar retirar los restos, qué aprensión… ¿Por qué sigues trayendo tus presas a casa? ¿Por qué no te haces cargo de ellas afuera?

Se retira y me levanto. Hay un pájaro muerto intacto, inerte. Y los restos de otro. Un trozo de ala, el hígado, el corazón, pequeños, perfectos… ¿Cómo es que no se ha comido esos dos órganos y sin embargo no ha dejado pico ni plumas ni patas?

Prefiero no pensar más en ello. Me pongo resolutiva para retirarlo todo y limpiar el mapa de sangre que ha dejado plasmado en el suelo de mármol claro. Suspiro aliviada cuando termino. Ya está. Hasta la próxima. Que puede ser mañana o en un par de meses.

Aparece de nuevo con su majestuoso andar y cumple con su ritual mañanero de pedirme el desayuno. ¿Aún tienes hambre después de lo que has devorado? Y es obvio que sí está hambriento porque da buena cuenta de todo lo que le sirvo en su plato de acero inoxidable.

Mientras lo miro comer me doy cuenta de lo incómoda que me pongo ante su despliegue de realidad, el juicio en mí cuando él solo está siendo, expresando su naturaleza, la sabiduría que lo recorre. Se me ocurre entonces que no caza ni despedaza porque tenga hambre sino para mantener vivo su instinto o justo porque su instinto está vivo. No trae la presa a casa para revolverme a mí las tripas sino porque este hogar nuestro es su lugar seguro. Y de pronto pienso que tal vez dejó ese pequeño hígado y el corazón para mí, como parte de su manada que soy. Tal vez me ve incapaz de cuidar de mí misma o simplemente está siendo generoso. O busca impresionarme. O no tiene nada que ver conmigo en absoluto.

Sé que cada día, desde hace casi seis años ya, tiene la oportunidad de no volver y sin embargo regresa siempre. Para mí es un regalo tenerlo cerca y aprender de la Vida con él. A pesar de los pequeños órganos desparramados a veces, del asco, de la dificultad que me pone por delante (recibir arañazos a modo de límites y negativas, sostener el rechazo, atrapar a ratones vivos y sacarlos de casa o a salamanquesas a las que ya les arrancó la cola…) adoro que esté en mi vida. Porque quiere. Porque así lo elige desde su genuina libertad.

Quiero aprender a ser y sentirme tan libre y auténtica como lo es él. Dejarme guiar por mi instinto. Atender a mi necesidad cuando aflora. Decir ya basta sin apuro. Descansar cuando y cuanto necesite, desaparecer cuando me apetezca, comer solo cuando tengo hambre. Sentarme a observar el mundo embelesada, atendiendo a cada sonido, afinando la vista y el olfato. Quiero ser una humana con mis cualidades animales bien vivas y presentes. Soltar el juicio. Pensar menos. Sentir más. Ser cuerpo perceptivo y receptivo.

Qué fortuna poder tener a un maestro tan cerca para atender a sus enseñanzas.


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