Qué extraño y doloroso me resulta, hermana, volver a casa y saber que no voy a poder volver a verte. Que ya no estás a diez minutos en coche para pasar a echar un rato o toda la mañana, como solíamos; para subir juntas al monte y desenredar el mundo y nuestra vida con cada paso, parándonos para respirar, para escuchar bien atentas eso que nos contamos y que se nos revela como lo más importante.

Ya no puedes enseñarme a tejer ni mostrarme a cámara lenta las grabaciones de nuestras clases de danza para desmenuzar cada uno de mis movimientos y decirme cómo hacerlos más precisos, más elegantes y armónicos. Ya no vas a compartirme tus descubrimientos musicales ni a contarme más historias de familia. Ya no vamos a comer sushi juntas ni voy a reírme con tus ocurrencias o a explicarte esto o aquello que me está sucediendo aquí y ahora.

Me he quedado con un millón de cosas pendientes para compartir contigo, hermana. Preguntas y propuestas que hacerte, neuras que procurar exponerte, disculpas que ofrecerte, disfrute y gozo que desplegar juntas, giros, pasos, silencios. Media vida más me ha faltado. Y ahora que estoy de vuelta apenas si creo que eres tú la te has ido.

Quiero pasear tu barrio, entrar a tu casa y buscarte en la cocina, en el porche, en el cuarto de costura o en la lumbre. Abrazar a tu marido y preguntarle si se ha hecho a la idea de que ya no vuelves. Quiero llegar de nuevo a nuestro espacio de danza y ver si tu coche está aparcado en alguna curva del camino, si te has escondido en la cabaña o te quedaste en la sala practicando y preparando la clase del martes próximo.

«A veces hacemos cosas por última vez y no sabemos que ésa será la última», me dijiste el día que nos despedimos. Y ambas supimos que aquella era de hecho nuestra última vez. Pero saberlo con la cabeza es distinto a creerlo, a sentirlo con el pecho o en las entrañas. Saberlo es una cosa y sostenerlo e integrarlo, otra, más difícil, que me va a llevar más tiempo.

Mientras te sigo pensando, te escribo, te sueño, te visualizo tejiendo, danzando a contraluz. Te veo alejarte y lanzo al viento mis mejores deseos, sabiéndote ya eternidad y trascendencia, otorgándome el derecho de extrañarte y de sentirme extraña con tu presente ausencia, confiando que se tornará presencia pura y absoluta para mí en algún momento.

Gracias por todo. Gracias por tanto. Tenme paciencia, hermana. Lo estoy haciendo lo mejor que puedo.

Te quiero. Siempre.


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