Soltarlo todo

Si un día, el último, me va a tocar hacerlo sin excusas, sin huídas, sin escapatoria posible, por qué no empezar desde ya a practicarlo con conciencia a cada paso.

Soltar la salud, la juventud, el impulso sexual y de conquista; soltar el hambre, el anhelo, soltar a los seres que amo; soltar el hogar, las posesiones materiales, soltar las emociones; soltar el afán de control, las expectativas, todas, soltar el cansancio y la motivación, las dificultades y el disfrute, el dolor, los planes.

Soltarlo todo. Que no significa despreciarlo, ignorarlo, hacerlo desaparecer o darle la espalda, sino dejar de aferrarme a ello.

Cerrar los ojos, abrir el pecho, entregarme y confiar. Hacer lo que sea preciso en cada momento y a la vez aceptar lo que viene y lo que hay. Con menos esfuerzo, sin empeño. Con dedicación, con alegría, con miedo si aparece. Con ganas, con verdad. Sin exigencia, sin juicio, sin pudor. Haciéndome cargo de lo que está en mi mano y también dejarlo todo luego en manos de la Vida.

Es una tarea compleja para mí. Me cuesta soltar porque tiendo a apegarme. Y el apego acaba pesando y hasta se convierte en una carga.

Voy entrenándome con pequeñas cosas: objetos que me rodean y que me son prescindibles, grupos en los que he participado y en lo que ya no hay intercambio, personas que simplemente conozco, amistades que se han ido desinflando, asuntos caducos… El entrenamiento con las tareas más grandes ya me lo pone la Vida por delante según lo considere y a menudo sin aviso.

Algún día, el último, tendré que soltarlo todo, sin duda, me cueste entonces o no. Hoy me cuesta soltar muchas cosas e incluso me siento incapaz de lograrlo con algunas.

Ahí voy. Con mi dificultad y con mi carga. Soltándome y aferrándome. Aprendiendo a confiar y a vivir más ligera. Avanzando y retrocediendo. Tropezando y levantándome de nuevo. Con urgencia a veces, otras con tremenda paciencia. Haciéndolo lo mejor que puedo en cada momento.

Soltar algo cada día ya es mucho. Por ahora.