La puerta está abierta de par en par. Cerrarla no es una opción. El corazón late con fuerza, veloz, alterado y fuerte. La mente pelea, se resiste, lucha por su lugar de privilegio. Sabe que será vencida en breve y aún así se retuerce desesperada. Tengo miedo, la angustia me envuelve. Esto es como morir, me dice mi cabeza asustada. Te estás muriendo. ¿No lo ves? Y yo no veo nada. Mis ojos están cerrados porque si los abro, dejo de ver.

Esto es como morir. Me estoy muriendo. Sí. Es cierto. Cada segundo me estoy muriendo y al mismo tiempo estoy viva. Y algún día dejaré de existir. Pero no ahora. No esta noche. Tranquila. Respira… Unos instantes más que ocupan el infinito y entonces por fin, la rendición.

La noche es eterna y deja espacio para todo. Llegan fantasmas, sombras, ráfagas de viento, destellos de luz. Llegan imágenes, ideas locas, ideas sabias, sensaciones. Llega la oscuridad, espesa, densa, inabarcable, poblada de sonidos extraños, de susurros sibilantes, de silencio.

La incomodidad se hace carne. Puedo palparla. Lo ocupa todo. Imposible zafarse. El cuerpo pesa toneladas. Moverme supone un esfuerzo tremendo y aún así lo hago. Con cada movimiento veo que despliego un nuevo intento de fuga. Y escapar es inviable. Así que, agotada, me entrego.

Entonces, desde la quietud, con los ojos cerrados, siento mi cuerpo. La suavidad de mi piel, la ternura. Siento un tambor en mi pecho, palpitante. Un pájaro recién nacido que habita en mi garganta. Siento mis pies como raíces elásticas que se estiran y se retuercen buscando rutas de acceso hacia la fuente. Siento los dedos de mis manos y mis brazos ondulantes, acariciando el espacio. Siento mi calidez, lo mullido del entorno que me sostiene. Siento que hay un hogar en mi vientre, que es un lugar de creatividad y abundancia. Irradia calor, tibieza, fuego, luz.

Y de pronto, siento la vibración. Comienza en el espacio que habita el hueco de mis caderas. Primero pequeña, delicada, y enseguida eleva su fuerza y se expande. La corriente de un arroyo que fluye sin esfuerzo, sin violencia. Su esencia es dejarse llevar y como el agua libre, termina ocupándolo todo. Todo mi cuerpo es pura vibración, vida, calor, energía. Y mi cabeza reposa pesada, cómoda, agradeciendo el descanso, asistiendo como mera espectadora al despliegue.

Mi cuerpo vibra. Se transforma en vibración. Soy vibración. Siento que suelto cargas pesadas, que nudos internos se desbloquean y deshacen, que las criaturas que vivían atrapadas en oquedades y celdas se liberan y corren excitadas y libres.

La vibración continúa su danza, incansable, y me muestra que soy fuerza, potencia, sensibilidad, exuberancia, voluptuosidad, acción, reposo, voz y palabra, abrazo, pecho abierto, calidez, creatividad, placer, vulnerabilidad, hogar. Me invita a dejar salir todo eso sin censura, a dejarme ser tal cual, sin vergüenza, sin pudor, con naturalidad y alegría, agradecida por mis dones, honrando la vida que me ha sido dada y la forma en la que se materializa y expresa. Mi ser.

Siento que una sonrisa se abre paso y mi boca se entrega, entreabierta, la mandíbula relajada, las sienes de algodón. Siento el bienestar que me recorre. Soy bienestar. No tengo que hacer nada. Solo ser. Sin esfuerzo. Sin expectativas. Sin exigencia. Es fácil. Placentero. Liberador.

Y así permanezco una eternidad o hasta que llega el día, siendo vibracion vital, disfrutando de mí y de la existencia, recreándome en cada sensación.

Siento, luego existo. Es lo primero que mi mente adormecida me dice al despertar. Y me hace reír. Es su manera de reconocer que ha claudicado, que se ha dado cuenta de que sólo es una más, no la más. Me río porque siento alivio ante su humildad, por fin. Río de felicidad al sabernos un todo armónico y bien empastado. Río con placer, satisfecha, liviana, limpia, henchida de gozo, agradecida.

Cómo sería mi existencia si no pudiera sentir, si yo fuese un ser sintiente incapaz de sentir… Se pregunta mi mente renacida. Y me conmueve de tristeza la posibilidad de ese pensamiento. Haber nacido para amar y no lograrlo. Hasta mi mente comprende la aridez de ese vacío. ¡Qué afortunada me siento! Merecer este don simplemente por existir.

Agradezco a mis padres por engendrarme desde el amor y el deseo. Agradezco a la Vida mi vida. Agradezco a las guías que facilitaron mi camino, a la tribu de hermanos del alma que me acompaña, y a la sabiduría ancestral de la tierra y de las gentes de la tierra que hacen posible este inmenso regalo de profunda y genuina introspección.

Me siento regalada y viva.

Me siento vibrante.

Siento.


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