Siempre he estado aquí aunque parece que solo ahora han advertido mi presencia. Que me he hecho notar, dicen, que me he encarnado. Lo que he hecho ha sido tomar mi lugar, plantarme, levantar la voz, y ha sido cuestión de supervivencia además.
Limpieza. Orden. Belleza. Organización. Espacio. Silencio. Calma. Lentitud. Sosiego. Cuidado.
A eso me dedico. Eso es lo que se me da bien. Lo que siempre he hecho. Para eso me necesitan y por eso me aprecian. ¿Qué otra cosa esperan ahora?
Todo lo que es vital para mí se está viendo amenazado por una fuerza externa demoledora que me temo ha venido para revisarlo todo y que a su paso deja suciedad, caos, ruido, urgencia…
La loca de la casa me llaman ahora, porque no puedo soportarlo, porque grito, lloro, le pregunto a dios qué es todo esto, porque quiero que se termine o escaparme, y no puedo, ansío recuperar mi pulcro y ordenado hogar y de momento es imposible. Con tantos recursos como siempre creí que tenía, ahora me siento intimidada, incapaz, inmovilizada incluso, presa de ese huracán inquisidor que lo pone todo patas arriba y me lleva a perder la paciencia, los nervios, la cabeza, que galopa sola y parece estallarme por dentro, y me arde y va por cuenta propia, desgajada de mí.
Lo intento y lo intento sin descanso. No importa cuántas veces coloque, limpie, ventile o reestructure, el torbellino arrasa de nuevo y lo destroza todo.
La loca de la casa se cansa, sí, estoy agotada, ya no puedo responder he perdido el brío. Me perdí. Me rindo y dejo que la suciedad se quede, que el desorden permanezca, que se asiente el caos. ¿Qué otra cosa puedo hacer ya, habiendo perdido el control y hasta el juicio por momentos?
Me rindo. Me tiro al suelo. Descanso. Y entre sollozos, respiro.
Respiro este pelo enmarañado y mugriento, respiro el tupido vello que cubre como musgo mis ajadas piernas. Respiro mi profunda tristeza y la desesperación.
Respiro y me doy cuenta de que no pasa nada si la casa está sucia. Que se jodan si me extrañan o cuando me necesiten. Que no estoy, que me fui. Que sufro, que parece que me muero pero no, no es la muerte, es una incomodidad enorme, un malestar hasta ahora desconocido, persistente, que varía al alza en intensidad. Cuando creo que se diluye una nueva ola llega y vuelve a arrastrarme de nuevo.
No hay descanso. Ni espacio para ser yo. ¿Qué me queda entonces? ¿Qué va a ser de mí?
Loca. Sucia. Cansada. Sola.
¿Qué será de mí?
Descubre más desde lamujerinterna.com
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.