Me pregunto qué pasaría si muchos de nosotros, ciudadanos de a pie, decidiéramos por ejemplo salir a la calle sin mascarilla.
Si renunciásemos a votar a unos políticos que no nos representan, ejerciendo una abstención consciente y responsable.
Si de hecho nos declarásemos objetores de conciencia y no participásemos en la farsa electoral, y no estuviésemos disponibles para hacer el trabajo en las mesas de los colegios un domingo cada cuatro años.
Si nos reuniéramos cada día a la misma hora en las plazas de nuestros pueblos y ciudades, sin distancia y cogidos de las manos, por nosotros y para nosotros.
Si mantuviésemos que demandamos y que de hecho exigimos más información y opiniones diversas sobre esos supuestos medicamentos salvavidas que anhelan inyectarnos por nuestro bien, según dicen.
Si les dijésemos, de manera contundente, que no vamos a someter a nuestro cuerpo a ninguna intromisión obligada porque somos personas libres, dueñas de nuestro ser, soberanas.
Si saliésemos esta noche, y mañana por la noche, y cada día a las 23:00 y nos quedásemos allí, unidos, departiendo, o en silencio, haciendo nada más que ser y estar. Meditando, rezando, orando, reflexionando. Media hora, una hora entera, hora y media.
Si nos negásemos a pagar peaje en las autopistas que nosotros mismos hemos financiado con nuestros impuestos, ésos con los que nuestros gobernantes nos afixian mientras rescatan a la banca y colaboran con sospechosos filántropos de otros países.
Qué pasaría si dijésemos que no más a menudo. Si nos informásemos, si dedicásemos un tiempo cada día a comprender las normas y leyes que nos rigen, a conocer nuestros derechos, a ser conscientes de nuestras obligaciones y a tomar las riendas de nuestra vida haciéndonos plenos responsables de la misma.
Si comenzásemos a organizarnos entre nosotros en pequeños grupos, poniendo en acción algo parecido a un autogobierno local, participativo, comunitario.
Si aprendiésemos a ser cada día más autónomos, más autosuficientes, más independientes, autogestionándonos, siendo más y más conscientes de las necesidades propias y ajenas, compartiendo y cuidándonos entre nosotros.
Si nos importase que, como nosotros, nuestro vecino tuviese aseguradas una vivienda digna, comida cada día, atención sanitaria y protección para sus hijos.
Qué sucedería si nos quejásemos más a menudo, especialmente cuando nos sentimos mal tratados, si dejásemos de acercarnos a un funcionario público como si nos estuviese perdonando la vida porque en realidad está a nuestro servicio y además somos nosotros quienes pagamos su sueldo y por tanto su alquiler, o su hipoteca, o su compra semanal en el súper.
Si manifestásemos que merecemos una atención administrativa eficaz, dinámica, ágil, porque estamos hasta los mismísimos de expedientes no resueltos, de ventanillas, de excusas, de sentirnos atrapados en una burocracia pegajosa y eterna más parecida a los castillos de Kafka que a una organización del siglo 21.
¿Sabes que pasaría si fuésemos capaces de hacer todo eso, o algo de eso?
Pasaría que nos daríamos cuenta del enorme poder que tenemos. Nos haríamos plenamente conscientes de que somos nosotros de hecho quienes lo ostentamos. Podríamos apreciar que tener el poder implica riesgo y una gran responsabilidad y que muchos estamos dispuestos a asumirlo porque valoramos nuestra libertad y bienestar por encima de todo.
Sucedería que no habría suficientes policías ni soldados ni siquiera balas o bozales para acallarnos a todos. Que muchos de esos policías y soldados podrían por fin liberarse también de sus grilletes invisibles y unirse a nosotros, como los ciudadanos que son, más allá de la oscurantista programación que reciben, de las jerarquías de mando, las órdenes, los uniformes y las banderas. Se les caerían las armas del cinto, los escudos se vendrían abajo, las lágrimas contenidas rodarían libres y aliviadas por sus rostros. Y nos abrazaríamos dándonos cuenta que estamos en el mismo barco, que somos partes del mismo organismo, y que pueden apoyarse en nosotros, confiar y descansar. Que nosotros los cuidamos y protejemos a ellos tanto como ellos a nosotros.
Y entonces los políticos carroñeros y los multimillonarios chupasangre saldrían del escenario avergonzados, asustados ante tanta grandeza, temerosos de verse devorados por nuestra rabia y nuestras ansias de venganza, pensando equivocados que nosotros funcionamos como ellos.
No hay venganza esperándolos a este lado. Puede haber incluso espacio para ellos.
Antes tenemos que enterarnos nosotros, tomar nuestro lugar, salir del papel de víctima, de hijitos de papá Estado, y colocarnos erguidos en el sitio que nos corresponde.
Me pregunto si seremos capaces. Si seré yo capaz de hacer mi parte…
Descubre más desde lamujerinterna.com
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.