No soy un ser iluminado. No. Lo que sucede afuera me afecta, a menudo me irrita, me enfada, me hiere, me duele y cuando me hace daño me revuelvo como una fiera acorralada.

Sigo siendo fiera, sí, que no se olvide nadie. Que lo recuerde todo el mundo. Que dentro de mí hay un animal salvaje con garras, con fauces, diseñadas para desgarrar cuando sea preciso, para defenderse y proteger a los suyos siempre que haga falta.

No soy un ser iluminado, no. Soy una fiera y un ser de luz. Y mi luz la irradio en las cuatro direcciones y hacia todos los ángulos. No existe fuerza en el mundo capaz de apagar mi luz, da igual cuánto se empeñen, sean quienes sean.

Ya he caído un millón de veces, me he desmoronado y he vuelto a elevarme. Sin descanso. A veces necesité más vidas, más lágrimas, mayores dolores. Pero siempre lo he logrado, otras lo lograron antes que yo y las que nos siguen seguirán haciéndolo.

Por eso sé que podremos, que lo vamos a lograr, que sus golpes de efecto no van a frenarnos, que no podrán con nosotras. Ni ahora ni nunca. Permaneceremos en nuestro lugar, sacaremos los dientes cuando sea preciso, rodearemos el fuego y gruñiremos unidas para volver después a nuestro centro, sosegadas, con nuestros cantos y aullidos. Tomando tierra.

Soy una fiera. Una mujer. Soy luz. Y tú también lo eres. Pueden atacar a la fiera. Romper a la mujer. Pero nunca, jamás podrá nadie matar nuestra luz.


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