Me miras como si no me conocieras. Como si fuese una extraña recién llegada a tu mundo. Ajena a ti.

Y soy la misma a la que ayer amabas. La misma con la que te reías y a quien sacabas a bailar. Soy la que te recogía en la puerta de tu casa y a la que llamabas cuando estabas mal.

Tal vez no habías visto esta parte mía. Yo tampoco la conocía. Como no te reconozco a ti cuando me rechazas o me haces el vacío porque veo o pienso diferente.

¿Me quieres solo si soy igual a ti? ¿Si soy tú?

¿Me aceptas solo cuando comulgo con tus principios y reniegas de mí cuando tengo los míos propios?

¿Me incluyes cuando estamos de acuerdo y me dejas afuera cuando disentimos?

¿Te avergüenzas de mí? ¿Te doy miedo? ¿Me sientes como una amenaza?

Me duele tu rechazo y también me dan ganas de sacarte de mi mapa. De sacaros a todos los que me sacáis a mí primero.

¿Pero qué ganaría con ello? Me quedaría muy sola. Mantendría la división. Que es ficticia. Que sé que no existe. Que es pura ilusión.

Soy la misma de siempre, solo que ampliada. Como tú.

Lo de antes ya no existe. Tal vez venga algo mejor. Distinto, seguro.

Hay sitio allí para todos. Para ti. Para mí. Para nuestras nuevas miradas y las de los demás.

No soy una extraña. No soy ajena a ti.

Soy tu familia. Soy tú.

Quiéreme entera. Acéptame con todo lo que traigo. Que yo prometo amarte y abrazarte con todo lo que tú eres.

No me cercenes ninguna parte. No me pongas condiciones para incluirme. Déjame estar tal cual, que yo también te incluyo.

Está bien así. No sobra nada. No falta nada.

Todo es perfecto.


Descubre más desde lamujerinterna.com

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.