Deja de mirarme como si estuviese loca, como si fuese estúpida.
Deja de hablarme como si fuese una cría. Deja de una vez de infantilizarme con tu paternalismo.
Deja de agredirme con tu desprecio, de insultarme con tus epítetos peyorativos.
Deja de hacer como que no estoy, como que no existo, como si no me vieras.
Deja de ignorarme porque te molesto. Deja de evitarme y de escabullirte cuando aparezco.
Ten el valor de escucharme, de sostener el fuego que te nace dentro cuando oyes eso que niegas y que no soportas cuando yo lo nombro.
Asume que hay otras voces distintas a la tuya, otras miradas, y que todas hacemos parte.
Entérate de una vez que este mundo no te pertenece a ti solo, que es mío también. Que es nuestro.
Y si no quieres dialogar, debatir o abrirte a la diferencia, al menos respeta, incluye, deja vivir. Y sigue con tu vida.
No quiero convencerte a ti ni a nadie de nada. Solo quiero ser. Existir. Vivir yo mi vida también. Tengo el mismo derecho que tú. No soy menos. No soy más. Soy una y estoy aquí, aunque te pese.
No voy a marcharme. No voy a esconderme. No voy a censurarme.
Voy a permanecer. Voy a mostrarme. Voy a dejarme ser, libre, como me parieron. Sin censura. Sin represión. Con miedo a veces, sí, y con valentía. Con fuerza. Con luz. Con mucha luz. Con una luz infinita.
Una luz que te ilumina a ti también y que refleja la tuya propia, aunque no seas capaz de vértela.
Comprendo que no quieras avanzar, que prefieras quedarte. Pero deja el camino libre para que pasemos otras.
Es justo.
Y necesario.
Descubre más desde lamujerinterna.com
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.