Hay unos ojos detrás de los ojos que miran. Esos que ven y que tú encuentras al mirarme.
Hay otros ojos sosteniendo los míos que enfocan más allá y ven más lejos y más profundo.
No precisan de lentes y son capaces de ver hasta cuando permanecen cerrados.
Ven. Huelen. Escuchan. Susurran. A veces incluso gritan. Gritan a voces mis ojos de dentro.
Me dicen que sí, que no, me animan, me frenan, me cuestionan. Te miran a ti y te ven al completo.
No mienten nunca mis ojos traseros. Son transparentes, cristalinos, diáfanos, luminosos.
Hablan de la verdad. Señalan lo que es mentira. Se recubren de pureza y no censuran.
Son libres mis ojos internos. Libres y respetuosos. No tienen prisa, solo ganas, y ven las tuyas reflejadas.
Saben que tú también escondes otro par de ojos detrás de esos que me muestras.
Quieren encontrarse con ellos para reducir el miedo, pulverizar la sombra, liberar la calma, entender que la soledad es una ilusión, que no hay ojos abandonados ni miradas perdidas. Que la distancia entre ellos, entre nosotros, no existe. Que no hay palmo ni milímetro que nos separe pues somos lo mismo.
Eso los ojos de afuera no son capaces de percibirlo, hasta que los de atrás ponen el foco y les muestran cómo.
Fíjate. Atiende. Deja la mirada entreabierta.
Así. Sostenla un poco. ¿Ves ese destello de luz? Es por ahí. Síguelo. Vas bien.
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