Decía alguien que la religión era el opio del pueblo. Eso sería antaño. La cuestión ha cambiado. Ahora la ciencia es el opio del pueblo. Y la ciencia resulta estar en constante desarrollo, así que lo que los científicos consideran válido hoy, puede y va a dejar de serlo mañana, o el mes próximo o dentro de diez años. Sin embargo hoy lo mantienen como una verdad irrefutable porque dicen haberlo demostrado en sus laboratorios, con su tecnología. Así debe ser. Hoy. Pero si mañana deja de serlo…
Antes era dios (lo pongo en minúscula, sí), la virgen, los sacramentos, los mandamientos, el pecado, la culpa, el arrepentimiento, el perdón… Hoy es el genoma, las células madre, los estudios de cultivo, la genética, la medicina, los medicamentos, las vacunas. Y mañana, ¿qué será? ¿Lo veremos nosotros? ¿Y cómo es que unos y otros no se ponen de acuerdo? ¿Cómo hay científicos que dicen haber demostrado empíricamente algo mientras otros defienden haber comprobado justo lo contrario? Será que la Verdad ya no es una. O que manejan muestras y materiales distintos. O que los mueven intereses diferentes. O incluso que su arrogancia les ciega y no pueden reconocer que otra realidad, más allá de su pequeño laboratorio, es posible, en este basto universo en el que sólo somos un punto.
Hay demasiado y muy valioso que la ciencia es incapaz de explicar, por variados y caros que sean los recursos con los que cuenta. El amor por la gente que quiero, el disfrute por aquello que me gusta, la risa cuando mana, la tristeza cuando llega, la ira cuando me atraviesa, el miedo cuando arrasa, los colores de la vida en la naturaleza, la sensación de sentirme útil y válida, lo que me eriza la piel…
No. La ciencia no es omnipotente, como no lo era aquel dios de entonces. Bendita la ciencia y dios cuando colaboran para arrojar luz. Malditos cuando los empleamos para dogmatizar, manipular, empeñarnos en llevar la razón. Entonces yo me vuelvo prácticamente atea y dejo de creer en todo lo que me huele a basura para quedarme en mi cuerpo, conmigo, en mi sentir, con mi criterio. A menudo me equipoco, sin duda. Como se equivocaban y se equivocan tantos creyentes en sus dioses y sus ciencias, ahora y antes. Al menos son mis errores y por ello los asumo.
Pero los errores del otro que impactan en mi bienestar, ¿quién se hace cargo de ellos?
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