– Me da pena que te vayas. Ahora que empezaba a conocerte de verdad…

– Tengo que seguir mi camino.

– Lo sé. Lo entiendo. Pero podrías quedarte un poco más. No tienes prisa. Eres libre.

– Justo por eso me marcho.

– ¡No te vayas! Yo… ¡Te quiero! Creo que te quiero. Me había hecho ilusiones y…

– Yo también te quiero y te querré también en la distancia. El amor no entiende de kilómetros.

– No es lo mismo. Te quiero y quiero tenerte aquí, cerca. Verte, olerte, sentirte, hacer planes contigo.

– Ya no sería yo entonces.

– ¡Qué tontería! ¡Claro que serías Tú! ¿Quién ibas a ser si no? Serías tú pero aquí. Conmigo.

– Yo contigo seríamos nosotros.

– ¡Tan hermoso! ¡Nosotros! Imagínate todo lo que podríamos crear, construir, compartir…

– Podría imaginar todo eso si no viviese aquí y ahora.

– Aquí y ahora también puedes imaginar y soñar con lo que quieres alcanzar, con lo que es posible.

– Nada de lo que sueñas o imaginas existe.

– ¡Podría existir! Por eso comienzas imaginando y de ahí pasas a hacerlo cierto, a materializarlo.

– Me marcho.

– ¡Eres cruel! ¡Y egoísta! ¡Solo piensas en ti!

– Tú también.

– De acuerdo. Márchate. Vete ya de una vez. Y te pido por favor que no vuelvas, que no aparezcas por aquí nunca más.

– Como desees. Cuídate. Sé feliz.

– ¡Encima! ¡Vete a la mierda! ¡Desaparece de mi vista! ¡Ya!

– Hasta siempre.

– ¡Hasta nunca!

– Te llevo conmigo.

– ¡Que te den por culo!


Descubre más desde lamujerinterna.com

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.