Hace sólo unos días, en mitad de una cena informal, comentando como estábamos una escena trivial de lo cotidiano, expresé mi sentir con naturalidad y contundencia, y alguien a quien conozco poco y que me conoce menos aún (aunque hace años que nos conocemos) me dijo sorprendida que nunca me había escuchado hablar así antes.
Recibí el comentario como un dardo; no me molestó, me llamó la atención. Creo que sonreí, le di otro sorbo a mi copa de vino blanco y confié en que alguien derivara la conversación hacia otro lugar.
Me quedé pensando…
¿Qué le había sorprendido tanto? ¿Qué faceta mía era aquella que nunca antes había percibido?
Y lo vi claro.
Justo la que yo no le había mostrado antes. Ni a ella ni a casi ninguna de las personas de esa intersección compartida. Ni a otras que, sin pertenecer a ese entorno, sí están en el mío y tampoco me conocen ese perfil.
Es lo que tiene ir con una máscara por la vida. Se hace tan visible que, aunque todos saben que hay un rostro detrás, real, que la sostiene, nadie puede verlo. Y tampoco les interesa. Ellos también llevan su máscara bien encajada y reconocer la mía supondría que la suya se descoloque un poco. Algo. ¡Qué incómodo!
Incómodo, desde que la descubrí, me está resultando vivir con la máscara puesta. Ahora me doy cuenta a menudo cómo me dirige, habla por mí, se mueve siguiendo un impulso que reconozco aunque ahora me resulta ajeno.
Quién rige mi vida, ¿mi máscara o yo?
Las dos. Lo cual ya es un logro en sí mismo pues hasta hace poco era solo ella con destellos de mí muy de vez en cuando.
Le voy ganando espacio y tengo la impresión de que se deja conquistar. Está cansada. Quiere pasar a un segundo plano, dejar de ser la prima donna para convertirse en un recurso más de tantos que poseo. Media vida liderando la escena sin descanso es mucho tiempo.
Ha cumplido. Ahora la veo. Me trajo hasta aquí. Me modeló. Me enseñó todo lo que conocía. Me permitió avanzar, crecer, sobrevivir. Y ahora parece decirme: «ya está bien, te toca a ti, hazte cargo».
Cuando la intuí por primera tuve miedo. ¿Quién iba a ser yo sin ella? Fui probando a quitármela, en la intimidad, protegida. Y detrás descubrí a otra. ¿Es posible que exista una máscara tras la máscara? Y de ser así, ¿cuántas otras puede haber? ¿Soy yo todas ellas? ¿Quién soy yo entonces?
Éste es el gran trabajo de escena. Uno que me va a dar para la otra mitad de mi vida.
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