El camino de la conciencia no es corto, ni llano, ni está asfaltado; a menudo sin señalizar, intrincado y poco transitado. Y sin embargo es el que conduce a todos los lugares en los que es hermoso permanecer, cuando lo atravesamos con todo lo que conlleva.
El camino de la conciencia se me antoja como el único camino posible, hacia el interior de mí misma, de mi historia familiar, del sistema en el que he nacido, de la realidad que me circunda y de la que soy parte, tan amplia y compleja como se presenta a cada paso.
No sé por qué algunas personas sentimos tan fuerte la llamada de este camino mientras que otras se muestran del todo ajenas al mismo. No sé por qué nosotras, por qué yo y no otras criaturas. No sé si lo establecen así los astros, la Vida, las elecciones personales o el impulso de una fuerza que se impone por encima de todo lo demás que es.
Y aunque ignore las razones, es así, no hay más. Tal vez no tiene sentido preguntarme por qué. Tal vez lo único que me toca es seguir esa llamada y permanecer atenta, recorriendo el camino con lo que va desplegando, aquí y ahora, sin expectativas, sin anticiparme mucho más, dejándome estar y dejándolo todo ser.
No hay nada más que hacer cuando hago camino. Nada más que estar y ser.
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