En esta realidad mediática y audiovisual enmarcada por las redes sociales, el consumismo y el narcisismo vital, sigo sorprendiéndome ante el uso que hacemos de l@s niñ@s y de su imagen.
No me gusta ver a niñ@s en las redes, no me gusta que subáis sus fotos, aunque sean vuestros hij@s o precisamente por eso. No me gusta que le regalemos a internet (el que conocemos y ese otro que por lo visto funciona por debajo y que es oscuro de verdad y peligroso) imágenes de lo más preciado que tenemos en nuestras familias, que las pongamos así de fácil al alcance de cualquier malvado.
No me gusta que los exhibamos como trofeos porque me huele que a través de eso nos estamos colgando nosotr@s mism@s medallas que no nos pertenecen y que seguramente ni nos merecemos. Niñ@s intern@s tan necesitados de mirada como somos…
No me gustan en absoluto los programas de televisión en los que l@s niñ@s son protagonistas, comerciando de una manera tan descarada con sus almas. Acaban comportándose como adult@s impostad@s, tan artificiales, tan amargamente tristes. Ahí no veo talento, ni arte, ni espontaneidad, ni verdad. Veo abuso. Interés. Negocio. Manipulación.
Hemos sacado a la infancia a nuestras redes, pasarelas, publicidad, televisiones y así nos lucramos y l@s convertimos a ell@s a la vez en carnaza y en consumidores, sin tener en consideración su seguridad, la preservación de su intimidad tan vulnerable y valiosa, sus propios deseos.
¿Cómo van a crecer con este nivel de exhibición-exposición? ¿Qué van a pensar de este uso y abuso cuando se hagan mayores? ¿Cómo van a sentirse? ¿Dónde van a quedar todas esas imágenes y vídeos? Cuando yo era pequeña quedaban bien resguardados en álbumes familiares, guardados en un cajón del salón de mis padres. Ahora…
Somos responsables de facilitarle un lugar seguro a la infancia. O todo lo contrario.
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