Estoy aprendiendo que el Alma habla bajito, tenue, bien suave.

Por eso para poder escuchar la voz de mi Alma necesito permanecer queda, en silencio, presente, atenta, afinando los sentidos, centrada en la percepción.

Si no, la voz del Alma, tan delicada y sutil, se me pierde entre tanto ruido y tanto superfluo que me rodea: salidas, entradas, planes, viajes, obligaciones, aficiones, quedadas, pantallas, trabajo, esfuerzo…

Silencio… Atiendo… Escucho…

Estoy aprendiendo que la diferencia entre escuchar o no la voz de mi Alma me supone oscilar entre el bienestar y el malestar.

Cuanto más atenta y presente mi escucha, cuanto más atención le presto y más caso le hago a la voz de mi Alma, mayor bienestar.

Y viceversa…


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